Hemos llegado al culmen del triduo pascual, a la fiesta de la Resurrección de Cristo. Estamos celebrando la Pascua de Jesús, la fiesta más importante de la fe cristiana de donde adquiere sentido toda la predicación de Jesús y toda la obra de la Iglesia. Con la Resurrección de Cristo todo se entiende con una nueva óptica: el pasado, el presente y el futuro. La Resurrección de Cristo ilumina la vida del creyente y da sentido a su existencia.
Ya el apóstol San Pablo lo decía “Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe” (1 Cor 15, 14). Este hermoso anuncio de que Cristo ha resucitado resuena hoy en todos los templos católicos y se lleva a los hogares donde se cultiva la fe cristiana. Es una bella noticia que no deja de maravillarnos y de llenar de gozo nuestros corazones como lo hizo con los primeros testigos de la Resurrección de Cristo.
Al celebrar la Resurrección de Cristo celebramos también nuestra propia liberación. Con su Resurrección Jesús pasó de la muerte a la vida; gracias a su Resurrección nosotros pasamos de la vida del pecado al estado de gracia. Esto se verifica en el Bautismo.
La Resurrección de Cristo es fuente de nuestra esperanza. Si Jesús ha resucitado y vive en medio de nosotros ¿qué miedo podremos tener o qué temor puede existir? ¡Ninguno! La fe en Cristo Resucitado también da sentido al misterio del dolor humano. Cualquier sufrimiento adquiere un nuevo significado con el triunfo de Cristo sobre la muerte, pues podemos estar seguros, como Jesús, de que alcanzaremos una vida nueva y eterna en la que gozaremos de Dios para siempre.
Este anunciode que Cristo vive tiene repercusiones en la vida personal: “Cristo, nuestro Cordero Pascual, ha sido inmolado: celebremos pues la Pascua con una vida de rectitud y santidad. Aleluya” (1 Cor 5, 7-8). Esto significa que los que creemos en el Resucitado nos hemos de despojar de la levadura y del vestido del hombre viejo marcado por el egoísmo y el pecado y revestirnos del hombre nuevo.
La Resurrección de Cristo es fuente de profunda alegría; a partir de ella, los cristianos debemos estar llenos de gozo porque la vida nueva ha llegado a nosotros.
Se trata de tomar conciencia de la importancia de la Resurrección y de su actualización en el Bautismo.
Durante este periodo pascual, en la liturgia cristiana, estaremos leyendo el libro de los Hechos de los Apóstoles que es como una continuación del Evangelio de San Lucas; en él se describe el nacimiento y desarrollo de la Iglesia; se muestra la vida y expansión de la comunidad cristiana bajo el influjo del Resucitado. Durante varios días estaremos leyendo los textos evangélicos que narran las apariciones de Jesús, son textos que renuevan el júbilo de la Resurrección.
La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los demás haciéndolos partícipes de la
Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.
Con el Domingo de Resurrección comienza el Tiempo Pascual, un periodo de 50 días en el que recordamos el tiempo en que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos.
Hemos de aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos.