I
1. Asustada, temblando, con lágrimas en los ojos, cierro la puerta de mi casa. No sé cuándo me dejaron de seguir, pues nunca miré atrás. Eran casi diez hombres.
2. Temblando, abiertamente llorando, le cuento mi discusión entre un individuo, custodiado y aplaudido por casi veinte hombres, y yo. Yo perdí, claro.
3. Temblando, pero resignada, le doy la mano y sólo le digo que un hombre, flanqueado por cinco compañeros suyos, me insultó después de que le reclamara tras oír sus comentarios sexuales.
Hay un par de años de diferencia entre cada experiencia y un solo aprendizaje: los acosadores callejeros, en grupo, no te dejan “ganar”.
II
Con pena, leo el post que el Colectivo feminista Akelarre AC publica en Facebook. Describe cómo el pasado 17 de marzo en Los Sauces, una joven de 24 años, al ver a un grupo de seis o siete hombres, decidió alterar su camino por temor a ser violentada. A pesar de ello, fue acosada sexualmente y agredida físicamente por uno de ellos, un sujeto “de aproximadamente 40 años de 1.80 m de altura, de complexión robusta”, quien en primera instancia le tocó el trasero. Después de que ella lo encarara por esta falta de respeto y se subiera a un taxi-colectivo, éste la siguió y “empezó a gritar para saber de quién era aquel carro con la intención de asustarla y amenazarla”. Ante ello, la joven volvió a hacerle frente y como respuesta, el hombre le soltó una patada por la ventana del taxi, así como un puñetazo.
Ella quedó con una fractura en la dentadura. Él, tras 72 horas en Pacho Viejo, libre.
III
Puedo imaginarme perfectamente el temor inicial de la joven agredida en Los Sauces, así como la rabia que sintió posteriormente y que la llevó a encarar al sujeto. La imagino porque la he sentido después de años de acoso que finalmente me llevaron al hartazgo: ¿Por qué debía temer cada que saliera a la calle? ¿Por qué debía hacer oídos sordos, acostumbrarme a los silbidos, a los chisteos, a las insinuaciones, a las opiniones sobre mi cuerpo y a los roces y tocamientos? ¿Por qué permitirle a un desconocido una breve, pero dolorosa en tanto repetida, humillación sobre mi persona para su gloria?
Por eso, cuando escucho a un acosador, me vuelvo y lo encaro. Y he aprendido que el acosador solitario es un ser temeroso que, al ser enfrentado, sólo sabe balbucear respuestas absurdas o un único insulto: “¡vieja loca!”. El problema es el acosador acompañado, al cual la respuesta a su falta de respeto parece resultarle una ¡falta de respeto! El acosador acompañado, envalentonado, o quizás temiendo ver disminuida su hombría para sus compañeros, arremete de nueva cuenta, pasando a menudo del acoso sexual al insulto. O a la agresión, en este caso.
¿Se habrá sentido insultado el agresor de los Sauces al ser encarado por aquella joven? ¿Por ello habrá procedido con semejante violencia? Yo sólo barajo mi teoría y una pregunta: ¿Esas 72 horas en Pacho Viejo evitarán que vuelva a acosar a otra mujer?
Tristemente lo dudo. Porque si fue a Pacho Viejo no fue por el acoso, sino por la agresión física. Porque aún hay quienes consideran prerrogativa masculina hacer del cuerpo femenino una propiedad del que se le cruce enfrente, ya sea a través del contacto o palabras indeseadas. Y mientras esa mentalidad no cambie, no habrá horas en Pacho ni en ningún otro encierro, que acaben con el acoso callejero.

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