Reflexiones para los electores
El poder político cambia a los seres humanos, los transforma y lo mejor que puede hacer aquel que lo detenta o que aspira a detentarlo es tomar sus precauciones si quiere que la confianza y la credibilidad en un momento conquistada, en lugar de venir a menos se multiplique. Se trata de un saldo positivo para el cual solo hay una fórmula y ésta se llama congruencia. Esfuerzo del gobernante por rescatar el poder como ejercicio para servicio de la sociedad.
Desgraciadamente es común que los seres humanos en el poder dejen de ser lo que son – uno de tantos- para convertirse en otra cosa muy diferente, quizá hasta monstruosa. Si analizar el tema formara parte de la agenda pública o por lo menos tema obligado de ciudadanos y partidos, es posible que los electores nos equivocáramos menos al depositar nuestra voluntad cuando ejercemos el voto.
Suele pasar que detrás de un candidato a gobernar se esconda un enfermo mental y peor aun, que el electorado lo ignore. Cuando llega a saberlo, ya es tarde.
La humanidad ha conocido y padecido toda clase de enfermos mentales en el poder, que lo ejercieron con todas sus consecuencias; caso J. Stalin, Hitler, Gustavo Díaz Ordaz, etc. Es larga la lista de dictadores surgidos bajo el amparo de las más diversas ideologías o banderas políticas.
Desgraciadamente los ciudadanos en lugar de preguntarnos y ocuparnos por conocer cuestiones de fondo de la personalidad de los candidatos, permitimos ser aplastados por el bombardeo de imágenes y mensajes cargados de “nobleza”,”belleza”, frases bonitas transmisoras de buenas intenciones.
Colores, música e imágenes alegres, agradables, enérgicas, de todo vemos en televisión sea sobre candidatos o sobre los partidos. La legislación electoral lo permite. La mercadotecnia lo asiste. Todos los Partidos Políticos y los candidatos contratan esos servicios. El subdesarrollo político de la sociedad y la necesidad de creer en gobernantes todo – poderosos y providenciales, lo demanda.
Hay oferta y demanda para un nivel de la comunicación dentro del cual jamás veremos a un candidato que carezca de una sonrisa, y hasta los mas serios publican espectaculares con imágenes foto-sonrisa como si en lugar de aspirar a una compleja e importante responsabilidad, participaran en un concurso de simpatías. Pero si el candidato por naturaleza carece de esa expresión, es algo que poco importa, se le inventa y punto. Caso del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Lo que importa es ganar simpatía y no importan los medios que se requieran para lograrlo.
¿Qué pasa con el gobernante que en su tiempo de candidato y por lo mismo de conquistador de simpatías se le conoció sólo por lo que él permitió que se conociera con la ayuda de una simple herramienta como la mercadotecnia?
¿Desde cuando las mejores decisiones del ciudadano se toman por la influencia del más irracional de los inventos del hombre?
¿Por qué la legislación electoral permite que los candidatos de los partidos se den a conocer como si fueran cosméticos o marca de refrescos? ¿En dónde está el espacio para que otras herramientas o disciplinas científicas formen parte de un ejercicio democrático de dialogo con la sociedad? Ni siquiera llegamos a debatir sobre los antecedentes de conducta en condiciones de ejercicio de algún poder.
Sea lo que sea, votar sin razonar para otorgar poderes casi absolutos, unipersonales, sin contrapesos, sin verdaderos mecanismos de rendición de cuentas, sin eficientes mecanismos de revocación del mandato, sin normas que precisen los límites del poder, es lo que lleva a convertir a los gobernantes en dioses temporales. Dioses a los que les hacemos creer y creemos que solo lo dicho y decidido por ellos tiene fundamento y razón de ser y que todo a su paso se puede transformar.
Claro, luego nos quejamos amargamente que los que nos gobiernan han perdido equilibrio, ecuanimidad, prudencia, responsabilidad, honestidad y todas las virtudes que supone el buen gobierno. Otras veces denunciamos el hecho cual adolescentes desilusionados del primer amor y nos lamentamos de que el ser amado se haya convertido en uno monstruo que no era lo que parecía ser. Cierra este patrón de comportamiento la resignación hasta que termine el período para el cual fueron designados. Sucede en la sociedad grande y en la pequeña, la familia.
Más de 2000 años de cristianismo no han servido para nada. Faltamos irremediablemente el primer mandamiento.
¿Qué le pasa al ser humano en el poder? ¿Será verdad que ya en el poder el gobernante se enferma o será ésta una verdad a medias a la que habría que añadirle que en otras ocasiones tan solo se agrava lo existente?
¿Con quién comparte sus más importantes decisiones el gobernante? ¿Quien está junto a él a la hora de las presiones y las tentaciones? ¿Sólo su conciencia? ¿Acaso hay un amigo o colaborador leal, capaz de desafiar el temor de expresarle disentimiento?
En teoría el partido político del gobernante debiera ser el máximo de conciencia organizada. En la realidad todos sabemos que solo es una estructura subordinada sin criterio propio.
¿Tiene el gobernante consejeros incondicionales o colaboradores y amigos dispuestos a herirle con la verdad para no ofenderle con la mentira? ¿La estructura mental del gobernante le permite tolerar, aceptar y asimilar la crítica de algún colaborador o detrás de cada discrepancia ve a un desleal y potencial enemigo que hay que eliminar?
Por lo que sea, decir que el poder cambia a las personas es ya una frase común y al parecer saberlo no nos ha hecho recapacitar lo suficiente como para ocuparnos de las medidas eficaces que podrían prevenir o remediar el mal.
En resumen, lo quiera o no el gobernante, quien gobierne tiene todos los recursos y posibilidades de satisfacer crecientes necesidades del ego, de acumulación de bienes materiales e incluso de poder para perpetuarse en el poder lo que resulta posible y hasta explicable cuando se dan vacíos o deterioros institucionales como los que manifiesta el llamado “gobierno fallido”
Nadie en el poder está exento de extravío o desequilibrio. Es el poder una de las pruebas más completas a que se enfrenta el hombre en toda su vida y con toda la estructura que haya adquirido. No hay institución educativa que enseñe al respecto. Si acaso algunas marginadas escuelas esotéricas lo contemplan. No hay titulo universitario que certifique estar preparado para gobernar. Puede si, contarse con la voluntad y la actitud de siempre y a todos escuchar y la de consultar y rodearse de los mejores y más capaces veracruzanos.
Quizá todas estas ocurrencias sean solo fantasías de un ciudadano demócrata, justamente lo que algunos estudiosos afirman que no existe en México.