La dirigencia del Partido Republicano está preocupada por el ascenso de Donald Trump (69). No lo tenía en el radar, no reaccionó a tiempo y lo dejó hacer. Ahora que puede obtener el triunfo en la contienda interna, se han prendido los focos rojos e intentan frenarlo.

Sus posturas nacionalistas, conservadoras y beligerantes debieron ser conocidas por la nomenclatura republicana. En 1987, en su primera incursión en la política, agredió a países aliados de Estados Unidos, en esa ocasión a Japón, Arabia Saudita y Kuwait. Y fue muy agresivo contra los políticos en turno.

El tipo y tono de discurso no han cambiado desde aquel entonces. Han pasado 30 años. Lo que se modifica son los países y grupos a agredir y que ahora sí decidió entrar de lleno a la política. Lo que parecía una más de las múltiples actividades en las que ha participado el multimillonario resultó ser un proyecto sustantivo.

Los especialistas coinciden en que el contenido y forma de su discurso han logrado atraer a las clases medias y medias bajas resentidas por la crisis; ahora tienen más dinero pero el país es más desigual, y atemorizadas, por los cambios que ocurren en la sociedad estadounidense cada vez más diversa y plural en lo étnico, racial, religioso e ideológico.

Esos sectores viven una sensación permanente de incertidumbre que Trump ha sabido entender muy bien. Son electores anti Obama, anti lo nuevo y distinto. Culpan a los políticos de lo que pasa. Él se hace eco de ese sentimiento y los denuncia y ataca. El discurso del magnate recoge a los simpatizantes del Tea Party y añade nuevos.

Trump en su vida personal no representa los valores de los grupos más conservadores de la derecha religiosa. Se ha casado en tres ocasiones con modelos jóvenes y con las tres ha tenido hijos. No conoce bien la Biblia y en más de una ocasión ha dicho que nunca pide perdón a Dios.

El aparato tradicional del Partido Republicano, al ser desplazado por Trump, intenta retomar el control. Asumen: los puede llevar a la derrota en la presidencia y perder también puestos en el Senado y el Congreso. Hillary Clinton crece en la intención del voto. El discurso del multimillonario ha borrado, dejado de lado, la plataforma ideológica construida por la dirigencia republicana.

Ésta se encuentra en un callejón sin salida. No quiere que su candidato sea Trump, pero la alternativa de Ted Cruz, tan conservador como el magnate, no prospera. ¿Qué puede hacer? El partido ha mandado a candidatos a la presidencia (Romney, McCain) y otros personajes reconocidos en el partido a descalificarlo. No ha funcionado. ¿Tienen otra estrategia?

En los próximos días vamos a ver la lucha abierta entre Trump y la dirección republicana. El primero va a intentar que sea imposible que no le reconozcan su triunfo y elevar el costo que implica eso. Los segundos van a intentar abrir frentes para que el magnate no obtenga los votos requeridos para obtener la candidatura y así llegar a la convención republicana del próximo julio en Cleveland, Ohio