Como recordará, a menos que la sobreinformación de nuestro mundo actual lo haya sobrepasado, la semana pasada Twitter fue el escenario donde miles de mujeres de todo el país se unieron bajo el hashtag #MiPrimerAcoso. En menos de 140 caracteres, todas hablaron de vergüenza, tristeza, miedo; de chiflidos, tocamientos, alusiones sexuales, amenazas y voyerismo; de edades tan tiernas como los 9 o menos años; y de terribles desconocidos, pero también de padres, primos, tíos… En suma, estos tuits demostraron que el acoso sexual es una realidad para las mexicanas y que no existe garantía ni de edad ni de lugar para evitarlo.

Como es de esperarse, #MiPrimerAcoso recibió todo tipo de respuestas, entre las que destacan aquellas que pueden resumirse en un masculino “no, pues sí está cabrón” y las negativas que tacharon de exageradas y victimistas a las mujeres que contaron su primera experiencia de acoso.

Sin embargo, creo fervientemente que #MiPrimerAcoso no fue un ejercicio de autocompasión ni de lánguida complacencia ante la herida abierta, sino uno de visibilización y catarsis. Porque también creo que mientras haya una que otra persona que responda “no, pues sí está cabrón”, algo puede empezar a cambiar. Llámeme utópica, si quiere.

No puedo evitar tenerle fe a iniciativas como #MiPrimerAcoso porque conozco de primera mano la fuerza que crea la confesión escuchada: Hace casi un año hice públicas las experiencias de acoso que había vivido en esta, nuestra pequeña ciudad capital, en la que todos conocemos a todos, menos a los acosadores. Escribir mis propias vivencias y leer otras, así como sus respuestas, de alguna manera abonó en mi certeza de que el acoso sexual callejero no era algo que debía dejar pasar. ¡Y milagro! Empecé a salir de casa con la cabeza erguida y dispuesta a contestar todo tipo de agresión. Dicen que se llama “empoderamiento”.

Aceptarse alguna vez víctima no es victimizarse, sino comprender sentimientos como confusión o miedo, así como eliminar la posible culpa que la experiencia pudo haber provocado. Aceptarse víctima ayuda, también, a ver en el agresor un victimario, el verdadero culpable de lo ocurrido.

Claro, tampoco se trata de obligar a todas las mujeres de México a contar el acoso que han vivido. Quienes lo hemos hecho, sabemos que no es sencillo o que bien, el silencio y la introspección pueden ser catarsis tan efectivas como el grito y la denuncia. Pero tampoco aceptaremos que nos llamen exageradas o victimistas cuando de nuestras bocas sólo sale verdad y la imperiosa necesidad de que se comprenda que esto ―el acoso, la agresión sexual en todas sus formas, en cualquier lugar, en cualquier edad― debe parar.