Más allá de los viajes familiares desde temprana edad para visitar a mi muy querida familia radicada en Xalapa, mis verdaderos y personales viajes a la capital del estado con todo tipo de aventura incluida –las propias de la edad, aclaro- se dieron a inicio de la década de los ochentas, cuando ingresé a la Facultad de Economía donde tuve el privilegio de cursar la carrera y conocer a grandes amigos de vida. Y no me refiero a los también emocionantes viajes en los veloces Estrella Azul o en A.D.O. de los cuales también tengo algunas anécdotas.
Los periplos a que me refiero iniciaban ya en Fortín o en la rotonda ubicada a la entrada de Coatepec, frente a una gasolinera que posteriormente terminó su vida útil después de un trágico incendio (o incluso desde el Deportivo Ferrocarrilero en los rumbos de Los Sauces). A tales viajes gestionados a través del levantamiento del dedo pulgar nos convocamos una gran cantidad de amigos y amigas generacionales cuyos nombres nosotros conocemos y seguro estoy que más de una sonrisa habrá en este recuerdo. A esos “aventones” acudíamos con pocos pesos en la bolsa, o a veces sin ellos. Viajamos en autos, camionetas de batea o de traslado de mercancía, incluso en ocasiones hasta en camiones de carga. Cada que una camioneta se detenía nuestras maletas volaban por delante para darnos la libertad de abordarla cual piratas a barco ajeno. Lo importante era llegar.
A veces los viajes eran rápidos y en un solo vehículo. A veces no, he implicaba dedicarle todo el día y de tramo en tramo. Había ocasiones en que cuando se detenía un automóvil que iba o venía directo, embarcábamos a nuestras amigas para apoyarles. Había conductores que en ocasiones hasta nos invitaban un refresco y algo de comer. En otras veces era viajar en una batea admirando el paisaje y tomando prolongados baños de sol… o de lluvia según fuera la época del año. Recuerdo un viaje en un carguero que pasó a la Calera de Huatusco a cargar y llegamos a eso de las diez de la noche.
Creo, sin temor a equivocarme, que debido a esos viajes comimos y bebimos en casi todas las poblaciones intermedias entre Córdoba y Xalapa por la vía de Huatusco. Tortas en Coatepec, Tacos en Tuzamapan, caldos de pescado y mariscos en Los Pescados, comida corrida en Totutla, de todo un poco en Huatusco (me acordé de Pozos, su hospitalidad y la hermosa casa de su familia) y Coscomatepec. Esos alimentos los aderezamos ya con agua, ya con refresco y en ocasiones hasta con una cerveza y su riguroso desempance de mora, verde o hasta maistra ¡Qué viajes, carajo!
Había conductores que ya nos conocían y hasta seleccionaban a sus “pasajeros”. Supongo que por ser los mejor portados. Supongo. Había algunos que tenían aspecto de regañones pero con el tiempo nos dimos cuenta de su gran espíritu solidario (así el padre de una gran amiga) y nos pasaban a dejar prácticamente a las puertas de las Facultades.
Fueron, sin duda alguna, grandes y buenos tiempos. Fue ir y venir por una carretera que conocimos a detalle, tanto así que aún con neblina sabemos hacía que lado se encuentra tal o cual curva de las casi quinientas que integran el tramo. Fue vivir plenamente cada “aventón”.
¿Y a qué viene toda esta remembranza se preguntarán ustedes? Bueno, pues sale a colación porque desde hace años se viene proponiendo una autopista entre Córdoba y Xalapa. Supercarretera que mucho me temo aún tardará varios años y que no será gratis. Y todo ese recuerdo, y el disfrute de lo que nos ofrecen los municipios que se encuentran en la vieja ruta de Huatusco, me lleva a plantear que de momento lo mejor sería componer toda esa ruta, ensancharla, balizarla, construir libramientos y eliminar algunos topes.
Mejorar tal ruta implica darle vida económica a los municipios que se encuentran sobre ésta y cuya vocación económica es incluso el turismo. Ahí tienen a Coscomatepec, Huatusco, Jalcomulco y Coatepec, entre otros. Esto, sin contar que viajar por tal carretera es un placer para los sentidos por todo lo que la naturaleza nos brinda.
Y si la componen y habilitan de buena manera, quizá, pero solo quizá, es posible que en un desplante de locura hasta volvamos a viajar de “aventón”, con la promesa de ahora si tomarnos todo el día para supervisar qué se come y se toma hoy en día.