“Una muerte muy dulce.”

En el año 1963 Francoise de Beauvoir quien era una mujer de 77 años de edad sufrió una caída en su departamento, después de horas de angustias y desesperación por alcanzar el teléfono y pedir ayuda a sus vecinos o familiares, Francoise fue internada en el hospital. Francoise es la madre de la filósofa francesa Simone de Beauvoir, quien en uno de sus libros que integran sus memorias nos contará el proceso de enfermedad de su madre hasta lo que ella llamó: “Se acabó”, es decir, la inevitable muerte que a todos nos espera.
El libro salió publicado en el año 1964, por esos años Simone de Beauvoir ya era una escritora consagrada en el terreno de la literatura y filosofía, vivió aproximadamente cincuenta años con el también filósofo francés Jean Paul Sartre. Simone de Beauvoir desarrolló de manera brillante la novela, el ensayo y tiene varias obras dedicadas a sus memorias, el valor de las memorias va más allá del conocimiento de la vida e historias de la filósofa francesa, porque desde un inició claramente se percibe que Simone aprovecha cada circunstancias para presentarnos su pensamiento sobre la vida, la muerte, las relaciones familiares, amorosas, etc.
Una muerte muy dulce es un relato que se lee en una sentada, pero las reflexiones y sentimientos que te provocan su lectura puede que duren sin exagerar toda la vida. La obra inicia con el accidente de la señora Francoise, cuando Simone recibió la llamada se encontraba en Roma, al otro día llegó a París directamente al hospital donde estaba su madre. En la obra Simone de Beauvoir va narrando la historia en diferentes tiempos, de momento cuenta lo que están viviendo en el presente y en el siguiente párrafo escribe sobre recuerdos, anécdotas, reflexiones, ejemplo de ello es cuando le informan en que hospital está internada su madre, Simone piensa y escribe lo siguiente:
“¡Pobre mamá! había almorzado con ella a mi vuelta de Moscú. Cinco semanas antes; como siempre estaba demacrada. Hubo una época, no muy lejana, en que ella se jactaba de no aparentar su edad, ahora era imposible equivocarse: era una mujer de setenta y siete años, muy gastada.”
Con el ritmo de vida lleno de actividades, preocupaciones y ocupaciones, Simone de Beauvoir como la mayoría de nosotros poco pensaba que su madre ya era anciana y en cualquier momento podía venir el declive parcial o total, al contrario el subconsciente trabaja negando lo innegable, pensamos que eso no va a pasar o que sólo pasa en otras casas, pero, ¿quién se ha salvado de la muerte? Todo lo contrario era el consciente de la mamá quien sentía que en cualquier momento podía llegar el final, es por ello que cuando llegó su hija a verla lo primero que le dijo fue: “¡Me has dejados dos meses sin carta!.”
En el relato Simone de Beauvoir en momentos deja la enfermedad y el hospital para contarnos la relación con su madre y parte importante de sus vidas. Nos cuenta el amor entre su madre y padre, quien ya había muerto, en algunos párrafos claramente la escritora francesa plasma su pensamiento sobre la libertad sexual que deberían tener las parejas, como cuando señala que siendo ella niña recuerda la cara de felicidad de su madre al salir en las mañanas de la recamara matrimonial, Simone apunta que la esposa debería siempre ser atendida como normalmente se atiende a la amante. La madre de Simone quedó viuda a los 54 años de edad siendo todavía una mujer guapa y conservada, pero aprovechó la libertad recuperada para leer, hacer amigas, y disfrutar de su principal placer que fue viajar.
La familia de Beauvoir solo tuvo dos hijas llamadas Poupette y Simone, Doña Francoise fue una mujer que si bien las amó y educó, al mismo tiempo fue una mujer rígida quien tratando de protegerlas les quitaba mucha libertad, claramente se percibe que entre Simone y su madre hubo momentos difíciles como todos los tenemos, sin embargo, a pesar de sus diferencias siempre existió una relación de amor, respeto y apoyo de la hija hacia la madre.
Uno de los conflictos más fuerte que tuvo Simone con su madre fue por el tema de la fe, Doña Francoise era una mujer creyente y su hija nunca creyó en divinidades, no olvidemos que Simone junto a su pareja Jean Paul Sartre creyeron en el existencialismo ateo. La madre un día mediante cartas que se enviaba con una amiga le confesó que ella no quería ir al paraíso sola, que deseaba ir acompañada con sus hijas y ese era el motivo de la desesperación y preocupación que tenía para con su hija Simone.
Regresando el relato al hospital, después de que le realizaron estudios de ultrasonidos a la señora Francoise, le encontraron un tumor en el estómago canceroso, el doctor dijo que debían inmediatamente operarla, Simone y su hermana Poupette tenían que decidir, ellas por una parte deseaban que su madre se curara y viviera unos años más, pero por otra parte lo que menos querían es que sufriera dolores innecesarios cuando la enfermedad ya no tiene remedio.
Poupette y Simone dialogaban sobre el diagnóstico y la enfermedad de su madre: “¿Pero para qué atormentarla si está perdida? Que la dejen morir tranquila, me dijo Poupette entre lágrimas.” Al final decidieron que su madre fuera operada, Simone en estas memorias apuntó: “A la primera prueba, ya había cedido: vencida por la moral social.” La señora Francoise resistió la operación, pero el mal ya estaba muy avanzado, a partir de este momento empezará el tormento y sufrimiento de la enferma y sus hijas, habrá dolor, desesperación, remordimientos, y aunque Francoise era una mujer fuerte y había dicho que estaba preparada para la muerte, entre más se enfermaba más se aferraba a la vida.
Fueron varias las semanas de sufrimiento, Simone manifiesta que: “No se muere de haber nacido, ni de haber vivido, ni de vejez. Se muere de algo. Saber que mi madre por su edad estaba condenada a un fin próximo no atenuó la horrible sorpresa.”
Son muchas las reflexiones que realiza Simone de Beauvoir en estas difíciles pero magistrales memorias, diserta sobre la vida, la muerte y la fe, no obstante, si somos prácticos lo único que tenemos por ahora seguro es la efímera vida y la insalvable muerte, por lo tanto, respetando ideas e ideologías, resulta muy ilustrador la siguiente reflexión que realiza la escritora francesa horas antes de la muerte de su madre:
“¡Qué triste me sentía, aquel miércoles a la noche, en el taxi que me llevaba! Con frecuencia la luz roja me detenía delante de la “boutique” Cardin: veía sombreros, chalecos, pañuelos, zapatos y botas de una elegancia irrisoria. Perfumes, pieles, ropa blanca, joyas, la lujosa arrogancia de un mundo en el que no hay lugar para la muerte; mi madre estaba sin embargo agazapada detrás de las fachadas, en el secreto gris de las clínicas, de los hospitales y de las habitaciones cerradas.” Un mundo que no tiene lugar para la muerte, que absurdo.
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