La democracia, esa gran palabra que nos hace creer que los que gobernamos en el país somos nosotros, el pueblo. La democracia, esa forma de gobierno que pretende anular dictaduras, monarquías y tiranías. La democracia, una forma de gobierno que debería dejar a todos satisfechos pues de sus entrañas emana la idea de que son las mayorías las que determinan el destino de los pueblos. La democracia, esa gran puta que se dejó manosear por los poderosos.
Da pena el destino de las democracias en el mundo, todas han sucumbido en un gran fracaso. Desde un principio las oligarquías, es decir, esos grupos de poder, encontraron la manera de pervertir a las democracias. La democracia propone que el gobierno debe emanar de la voluntad del pueblo. Los hombres de poder entendieron eso, por lo que de manera muy sutil fueron conformando a los pueblos para que estos forjaran las democracias que ellos requerían para sus propios intereses.
Es por ello que de acuerdo con un plan bien trazado fueron eliminando de la educación aquellos elementos que consideraron ornamentales, pero que de alguna manera despertaban el espíritu del hombre. No más educación artística, porque el arte forma a los rebeldes. Menos presupuesto para las humanidades, porque no conviene que los estudiantes piensen. Más televisión y menos libros, porque la televisión es un medio que sirve para manipular a las masas y el libro forja a los individuos.
A partir de ahí se fueron creando generaciones de sujetos supeditados a los programas sociales del gobierno. Había que tener a los pueblos con hambre, primero porque el hambre no los deja pensar en revueltas, el hambre los pone a disposición de su “misericordia”, de los mendrugos que les arrojan.
Así, con un pueblo que se conforma con las sobras, es muy fácil manipularlo para que vote por quien les prometa y no les cumpla; por quien les arroje una despensa y un billete de 200 pesos. Porque la democracia tiene sus reglas imperfectas y lo mismo vale el voto de una persona que medita bien por quien sufragar, que se informa y que ejerce su voluntad, que el voto de una persona que por esa despensa y ese billete de 200 pesos elige a ciegas.
Finalmente la democracia es una forma de gobierno imperfecta, y es imperfecta porque los que gobiernan un pueblo han creado electores a su modo, electores zombies que son programados para que voten no por el mejor candidato, no por el más honesto, no por el que mejor proyecto traiga.
Cuánta razón tenía Facundo Cabral cuando decía que “los pendejos son peligrosos, porque como son mayoría, eligen hasta al presidente”. En este país la gran mayoría, aunque nos duela reconocerlo, es apática, indiferente, casi imbécil y ellos son los que determinan las elecciones; ya sea porque vendan su voto, ya sea porque decidan no ejercer su derecho a votar. Es una pena lo que señalan las autoridades electorales, que una elección resulta bien si al menos el 40% de los electores salen a votar. ¿Y el 60%? Esos son los pendejos de los que habla Facundo Cabral, los que por omisión eligen diputados, alcaldes, gobernadores y hasta al presidente. ¡Viva nuestra democracia!
Armando Ortiz aortiz52@nullhotmail.com