La muerte del gorila Bantú, ocurrida la noche del miércoles cuando iba a ser trasladado del Zoológico de Chapultepec a Guadalajara para buscar pareja, estuvo rodeada por una “cadena de errores” en el protocolo, dijo a Efe la activista Marielena Hoyo.
El fallecimiento, según informaron las autoridades de la Ciudad de México, se dio por “una complicación cardíaca en los momentos en que estaba sedado”.
Aunque la Secretaría de Medio Ambiente capitalina defiende que se siguieron los protocolos médico-veterinarios internacionales establecidos por la Asociación de Zoológicos y Acuarios de Estados Unidos (AZA), el incidente ha levantado las suspicacias de asociaciones animalistas y expertos.
Hoyo, ex directora del Zoológico de Chapultepec, pone en duda que exista un protocolo donde diga que se tiene que “movilizar a un gorila con 20 gentes -como la secretaría asegura que ocurrió- y no tratarlo de acuerdo al individuo que era”.
Habría sido mejor hacer el movimiento con el menor número de personas posibles, ya que es “un animal que está acostumbrado a un manejo con tres o cuatro trabajadores a lo sumo”, indicó en la entrevista.
Bantú, que estaba cerca de cumplir los 25 años, pudo haber padecido estrés de movimiento e incluso térmico, dado que el traslado pretendía realizarse en condiciones climatológicas adversas, en mitad de una tormenta.
Además, era un animal de hábitos diurnos, por lo que no resultaba conveniente movilizarlo por la noche; no estaba familiarizado con la jaula en la que iba a viajar y su reducido tamaño no habría permitido monitorearlo durante el proyecto o realizar labores de socorro si hubiera sido necesario, sostiene la activista.
La actuación médica tampoco quedó exenta de fallos, porque según lo que le han informado a Hoyo, “no lo anestesió el médico responsable de grandes primates”, sino otro médico.
El gorila, de 1.75 metros de altura y 220 kilos de peso, nació en el zoológico cuando este estaba bajo la dirección de Hoyo, y era el único gorila de tierras bajas occidentales en zoológicos de México.
Tenía un carácter fuerte, pero le gustaba “el aplauso, retar a la gente, era un animal alegre”, recuerda la activista.
Incluso con la preparación adecuada, dejando la jaula en su exhibidor un tiempo antes de su traslado, Bantú seguramente habría intentado meterse “él solo” en ella, porque estos animales “son muy juguetones”.
La muerte del animal es la quinta que se produce en los últimos dos años en el zoológico, en la que también perdieron la vida otro orangután, un chimpancé, un elefante y un rinoceronte blanco.
El zoológico de Chapultepec, que esta semana llegó a los 192 años, “ya ha cumplido su papel”, y debería transformarse en un “memorial histórico de lo que nunca deberíamos haber permitido”, afirma Hoyo.
Este tipo de recintos urbanos “ya no deben existir”, y deberían permanecer únicamente reservas o santuarios “donde los animales estén lo más libres posible y con un programa poblacional de conservación realmente para especies que lo necesiten”, ahonda.
Tras el fallecimiento de Bantú, la organización animalista Proyecto Gran Simio aseguró que “es el momento de replantear soluciones viables, pues claramente el cuidado de grandes simios ha salido de las manos del zoológico y su administración”.
“A lo mejor una solución loable sea la prohibición de entrada al zoológico de más ejemplares grandes simios, tal como se determinó con elefantes y osos polares hace unos años”, consideró la asociación en un comunicado.
Este fin de semana, Proyecto Gran Simio realizará en Chapultepec una consulta popular para “evaluar la percepción social del zoológico”.