La celebración del “Día del Abogado”, que tendrá lugar dentro de dos días, el martes 12 de julio, es oportuna para reflexionar que esta profesión, como la de la Política, se ha venido desprestigiando entre la opinión pública, debido a la injusta apreciación de que la profesión de abogado es sinónimo de indolencia y ser abogado es sinónimo de “transa”, de defraudación de la confianza de los clientes y de prestarse a las peores prácticas, y de que no existe un verdadero trabajo en el ámbito jurídico, pues todo se resuelve con dinero “bajo la mesa”.
Es verdad que muchos abogados y algunos trabajadores del Poder Judicial son culpables de que exista esta pésima imagen pues son proclives a defraudar a sus clientes, sacándoles dinero por todo lo que aparentemente se tiene que dar en los juzgados, no solo para que caminen los asuntos y para lograr los mejores resultados, sino incluso para que se le dé entrada a una denuncia, en materia penal se maximiza el problema pues estando de por medio la posibilidad de caer en la cárcel, a la que todos le tienen terror, se abusa recurrentemente de la buena fe de los involucrados, y aprovechándose de su ignorancia, o de su nobleza, como decía el Chapulin, los orillan a deshacerse de sus bienes para “comprar” una libertad que la mayoría de las veces un buen litigante conseguiría solo con fundamentar debidamente la defensa. Sobre todo con el nuevo Sistema Penal, que obliga a que las actuaciones se den a las vista de todos, en “caja de cristal”.
Aquí la pregunta sería ¿Por qué? siendo la Abogacía una profesión tan noble como la del Médico, cura o maestro, es tan poco valorada, al grado tal que en el ejercicio de la Profesión la frase “Toda consulta causa honorarios” no le dice nada a los clientes y creen que la “litigada” solo se da en el terreno de la amistad y entre “coyotes”, vamos, “de cuates” y generalmente se evita acudir al despacho de un abogado, solo consultándolos casualmente en un café o en reuniones informales, incluso por Whats app , creyendo que por ello no se causan honorarios. Lo que nadie pensaría hacer con un médico o con un arquitecto, pues ahí si van al consultorio o al bufete, con dinero en la mano para pagar la consulta.
Por ello es muy urgente reivindicar a la profesión porque habiendo tantos abogados como Taxistas o patentes de notarías, es férrea la competencia y común la falta de trabajo, encontrándonos con lo que antes no se veía, Abogados pobres, taxistas pobres y notarios pobres, y lo más fuera de toda proporción: abogados metidos a taxistas, taxistas coyoteando en los juzgados, y notarios, esos sí en sus notarías, pero sin trabajo.
Árdua labor tienen pues los Colegios de Abogados en sus manos, para cambiar la idea equivocada que se tiene de la profesión, y esto no se logrará solo con reconocer cada año a los más capaces y exitosos, sino promoviendo entre la ciudadanía la cultura de la legalidad y entre los abogados el establecimiento de buenas prácticas profesionales y la aplicación de un estricto código de ética, que permita ver al abogado como un aliado de la justicia y un amigable acompañante de sus clientes hasta la resolución final de sus problemas jurídicos, y no como trúhanes, abusivos y extorsionadores como al parecer la sociedad hoy los ve.
Es propicia la ocasión para felicitar muy cordialmente a todos los buenos abogados en su día, particularmente a mis compañeros, integrantes de la generación 79-83 de la Facultad de Derecho de la U.V. con la recomendación de que lo celebren con tranquilidad, paz y en armonía y que si manejan, que no tomen y si toman, pues que nos inviten.
¡Feliz Día del Abogado!