Ya con los candidatos oficiales, Hillary Clinton, por el Partido Demócrata, y Donald Trump, por el Partido Republicano, arranca de manera formal la campaña por la Presidencia de Estados Unidos, que tendrá lugar el primer domingo del próximo noviembre.
Ni uno ni otra despiertan gran simpatía entre los electores que se asumen como republicanos o demócratas. En el caso de Trump es de 40% y en el de Clinton de 43 por ciento. Es una elección que se vota, para que no llegue el otro, pero no porque sus candidatos entusiasmen a los electores.
Así lo manifiesta 54% de los candidatos que votarían a favor de Clinton, es un voto para que no llegue Trump, y así lo haría 57% de los que votarían por Trump, es un voto para que no llegue Clinton. A lo largo de la campaña habrá que ver si esta posición cambia o así permanece.
Al inicio de la contienda entre los votantes registrados, Clinton y Trump se encuentran en un empate técnico con diferencia de tres o cuatro puntos. Trump es quien ha venido cerrando la diferencia y en las últimas encuestas se encuentra arriba. Meses atrás Clinton llegó a tener 12 puntos de ventaja.
El 91% de los afroamericanos y 81% de los latinos rechazan a Trump, pero también 74% de los jóvenes, 71% de los blancos con educación superior y 66% de las mujeres blancas. Él concentra a sus simpatizantes entre la población blanca más conservadora que tradicionalmente vota por el Partido Republicano.
Trump articula un discurso con las ideas que los suyos quieren oír. No importa si eso lo distancia de otras audiencias. Su estrategia es sencilla y clara: sacar a votar a los sectores blancos tradicionales que votan republicano y esperar que el día de la elección éstos sean más que los demócratas. Este sector representa poco menos de 40% del total de los posibles votantes.
Clinton basa su campaña en atraer el tradicional voto demócrata a lo que se añade un esfuerzo por que aumente el número de los votantes de la comunidad latina, la comunidad afroamericana y que se definan por ella los jóvenes y los sectores más progresistas que en la contienda interna apoyaron al senador Sanders.
El discurso nacional-populista de Trump, se quiera o no, ha polarizado la campaña. En Estados Unidos ha ganado espacio, ideas que parecía ya habían desaparecido o estaban bajo tierra, pero que ahora han vuelto a la superficie como la xenofobia, el racismo y la misoginia. Ahora hay un sector importante del electorado que se identifica con estas concepciones. La prensa, en la medida que son noticia, les da lugar.
En el arranque parece claro cuál es la estrategia de campaña de Clinton y Trump y a qué sectores se dirigen. Se ve también cuáles son los flancos a golpear a su contrincante. Todo indica que será una campaña particularmente sucia donde todo se vale, para denostar al adversario. Quién puede obligar a cambiar de estrategia y del tipo de golpes a dar es la reacción de los electores. Ya veremos.