Los estudiosos de la Ciencia Política y demás disciplinas sociales, han coincidido en señalar, sistemáticamente, que la participación ciudadana en los asuntos públicos es el elemento nodal hacia el fortalecimiento y consolidación de toda democracia.

 

Más allá de la coincidencia académica, en el terreno de los hechos, conviene preguntarnos ¿Qué dosis de participación ciudadana podemos esperar en México, cuando la prioridad de una sociedad en crisis como la nuestra, es resolver el diario sustento y sortear la ominosa inseguridad, que se cierne sobre el ciudadano promedio y su familia?

 

Otra pregunta que surge cuando se habla de participación ciudadana es: ¿Al través de qué cauces ésta debe darse para que cumpla con su cometido de perfeccionar la vida democrática? Porque lo que hoy estamos viendo, lo que logra la atención y disposición de las autoridades, no son reuniones de trabajo entre ciudadanía y gobierno, sino mesas de dialogo crispado, simultáneas a las marchas, los plantones, los bloqueos carreteros, la quema y vandalismo a oficinas gubernamentales, y lo más lamentable, la violencia física entre ciudadanos; el escarnio y la vejación de unos contra otros; bajo la causal de una reivindicación, la más flagrante violación a los derechos humanos.

 

Estas son las acciones que han generado urgentes mesas de diálogo por parte de las autoridades, dejando «para después» las demandas ciudadanas respetuosas y pacifistas; esas se atienden al final, si es que se atienden.

 

Dice Fernando Savater, que la política es sólo el conjunto de razones que tienen los seres humanos para obedecer o para rebelarse; pero estas razones nunca son las mismas, ni se producen de manera lineal. Más allá de los paradigmas teóricos de la participación ciudadana, existen algunos indicadores ampliamente probados, que conviene tomar seriamente en cuenta:

 

– Los ciudadanos casi siempre cumplen sometiéndose a las decisiones de la política, mientras los gobiernos que aspiran a un buen nivel de aceptación pública, tienen el reto de buscar el justo equilibrio entre el cumplimiento de las demandas formuladas por la sociedad y su necesidad de ejercer el poder.

 

– La mayor parte de los ciudadanos de cualquier sociedad política no responden a la clásica prescripción democrática de: estar todo el tiempo involucrados, informados y activos en las cuestiones públicas. Se involucran temporalmente y cuando el asunto les atañe directamente.

 

– Pese a lo que se ha dicho, no se necesita una muy alta participación de la población para alcanzar el éxito de la democracia. No obstante, para asegurar la responsabilidad de los funcionarios públicos, es esencial que un alto porcentaje de ciudadanos participe, tanto en los procesos electorales, como en los mecanismos de seguimiento al quehacer gubernamental, indispensables para prevenir y evitar excesos y desvíos por parte del poder público.

 

 

 

– Mantener abiertos los canales de comunicación en la sociedad (hoy lo facilitan las redes sociales) contribuye a asegurar la responsabilidad de los funcionarios públicos en relación con las demandas ciudadanas.

 

  • Los niveles de participación muy elevados pueden actuar en detrimento de la democracia, si tienden a politizar a ultranza a amplios segmentos de la población

 

– Niveles moderados de participación ciudadana mantienen el equilibrio entre los roles extremos de participación activa y demandante, y los de pasivo sometimiento a las reglas de convivencia; permiten mantener el equilibrio entre el consenso y el rompimiento en una sociedad y contribuyen a equilibrar el funcionamiento de los sistemas políticos que deben ser, al mismo tiempo, responsables y decididos en su actuar.

 

– El control del sistema político por la sociedad, sólo será posible presionando a las élites a mantenerse en contacto con la población y alentando a los ciudadanos a volverse activos. En este sentido, la preparación moral y política de los ciudadanos, la construcción de ciudadanía, es el punto de partida indispensable.

 

Resumiendo. La mejor participación ciudadana para la democracia no es la que se manifiesta siempre y en todas partes, sino la que se mantiene vigilante, la que se propicia cuando es necesario, para encauzar demandas justas que no son atendidas con oportunidad y para impedir las desviaciones o excesos desde el poder público.

 

Esa es la participación ciudadana que debemos promover; la que hará posible la democracia de beneficios tangibles que tanto necesitamos. La que nos hará más confiables en el exterior, para que las noticias sobre México que dan la vuelta al mundo, gradualmente empiecen a ser positivas y generen confianza en nuestro país. .

 

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