En estos tiempos en donde tal parece que prevalece en diferentes contextos, altos índices de desconfianza y sobre todo de credibilidad, bien vale reflexionar sobre este último concepto.
Recuerdo cuando me decía mi padre: “La credibilidad es un valor que se va adquiriendo, poco a poco y día a día, pero se puede perder totalmente en un minuto”. Y ¿cómo se pierde? Cuando aparece la mentira o engaño, la falsedad, la hipocresía, la omisión intencional. Recuperar la credibilidad es muy difícil y es por eso que se debe reflexionar más en ello, para evaluar qué tal andamos en nuestras relaciones y en nuestros valores, para saber si somos dignos de tener o no credibilidad ante los demás.
Cuando una persona pierde la credibilidad, tenga la edad que tenga, nadie toma en serio lo que dice o hace, porque lo que expresa o actúa está lleno de elementos erróneos, medias verdades, exageraciones, fantasías, manipulaciones, mofas, etc., lo que demuestra un esquema de vida en donde prevalecen las bajas virtudes y nulos valores tales como: deshonra, falta de seguridad y sinceridad y genera incertidumbre, lo que le convierte en una persona incomoda, imprudente, deshonesta y con carencia de confianza frente a otros, siendo despreciable cuando llega a sus niveles extremos.
En la credibilidad y la confianza, se mide el nivel de principios con que las personas actúan y eso es algo que pasan por alto, en especial algunos funcionarios y políticos.
Un funcionario o político puede seducir con promesas, pero si posteriormente se contradice en los hechos o en la palabra empeñada y lo que es peor, decepciona por sus resultados, es un individuo que vulnera la confianza y la credibilidad de aquellos a los que sirve.
Dice un dicho popular: “Un desconfiado, puede volver a ser confiado, pero un descreído, nunca volverá a ser creído”.
El que tiende al descrédito, miente y cae en un mal incurable, porque es como la “bola de nieve”, la mentira reiterativa hace que no sepa en qué momento sus propias mentiras lo envuelven, a tal grado que se vuelve obsesivo y, para sí mismo solo las confirma como verdades. Pero su misma terquedad hace que se fortalezca, cuando tiene a otros que lo siguen o lo aceptan. Y es cuando se convierte en una patología y surge la mitomanía.
La mitomanía es un trastorno de la conducta que consiste en mentir de manera compulsiva y patológica . La persona mitómana falsea la realidad para hacerla más soportable e incluso puede tener una imagen distorsionada de sí mismo, generalmente con delirio de grandeza; es decir, una percepción muy distante a la imagen real, ello en el fondo es un rasgo absoluto de inseguridad. Y por eso se escuda en la mentira. Con ese mensaje y actitud envuelve a los incautos, a los ignorantes, a los ambiciosos, a los sumisos. Por eso existen.
Pero tales comportamientos son adquiridos desde el hogar. Si los hijos ven mentir a sus padres lo toman como ejemplo a seguir. O si éstos tienen una personalidad inestable y sus padres son excesivamente estrictos al no poder satisfacer sus deseos, los hace recurrir a la mentira, a la victimización, a la manipulación, a la falta de hombría, etc.
Un mitómano es una persona que tarde o temprano tendrá alteraciones en su sistema nervioso y en sus emociones. Mientras tenga satisfechas sus expectativas estará “feliz”, pero en cuanto no lo logre, se puede tornar en ser peligroso y agresivo. Luego entonces, la mitomanía siempre irá aparejada con la falta de credibilidad y siempre producirá daños colaterales en los demás y lo importante siempre será identificarla, descubrirla y detenerla.
Cuando una persona traiciona y miente, el traicionado sufre diferentes efectos: dolor, rencor, tristeza, decepción. Le duele en alma la traición. Pero el traicionado puede recuperarse entre más pronto ponga un alto al daño psicológico y emocional que le causa esa persona que la agrede en forma pasiva o activa y requerirá para superarlo una atención especializada. Pero el mitómano, difícilmente aceptará su patología porque su realidad esta cambiada hacia su mundo de fantasía y de incongruencia. Es decir, es como el alcohólico, nunca aceptará que está enfermo. Pero desde luego requerirá atención psicológica y psiquiátrica para resolver su problema.
Y eso lo vemos hoy en la política. ¿Cuánto le cuesta a los políticos darse cuenta que se fraguaron traiciones a sus espaldas, que fueron envueltos por los mitómanos? ¿cuánto le cuesta a la ciudadanía el que los políticos mitómanos les engañen cuando han cifrado en éstos todas sus esperanzas? En suma, ¿Cuánto cuesta en política haber perdido la credibilidad? Mucho.
Por eso, hoy en Veracruz, no es de extrañarse que se perciba un clima de desaliento, de enojo, de coraje y habrá de pasar mucho tiempo para que la gente recupere la confianza, en particular en sus gobernantes. Porque, para que los ciudadanos puedan recuperar algo que se les quitó y dolió, o mejor dicho para que las personas vuelvan a creer, habrá de esperarse una transformación de fondo en los comportamientos y actitudes del gobierno y de los propios ciudadanos…y en eso hay que trabajar muy en serio.
Por eso es importante reflexionar en el tema. Y ojalá que el desaliento y la decepción no nos arrastre a los veracruzanos hacia la depresión, porque entonces dejaremos de creer también en nosotros mismos. Y eso sí sería grave.
Gracias y hasta la próxima