«Un hombre pequeño y rechoncho se detuvo junto a una verja y dijo: -¿El señor Kipling? -Servidor- ¿Podría hablar con usted un momento? Soy periodista y…. ¡Palabra fatal! Tan pronto como la escuchó profirió una exclamación que contravenía claramente el tercer mandamiento y se abrió paso a través del alambre de púas sin el menor miramiento hacia sus ropas, sus brazos o sus piernas. -Tenga cuidado con ese alambre, señor Kipling. -El maldito alambre es mejor que la gente como usted. En un santiamén atravesó la cerca, se plantó en el camino y empezó a alejarse. -Señor Kipling, me he dirigido a usted como cualquier caballero abordaría a otro en plena calle. -Me niego a ser entrevistado. Es un delito. Nunca lo he permitido ni lo permitiré. No tiene usted más derecho a interrumpir mi paseo que el que pudiera tener un salteador de caminos. Es una afrenta asaltar así a una hombre en plena vía pública. Si tiene algo que preguntarme, diríjase a mi por escrito. Dicho esto, echó a andar de nuevo. Y…recibió más tarde, en su casa, el escrito para la entrevista». Lo publican en el libro «Las grandes entrevistas de la historia», edición de Chistopher Silvester.