*“Vivo en los hoteles y como en restaurantes; desde 1966 no he vivido con una mujer en una casa”. (Omar Sharif). Camelot
LOS FIELES HOTELES
Uno puede ser fiel a los hoteles. Normalmente se va adonde o ya te conocen o al menos te identifican. No hay nada como que el camarero o el bell boy te saluden cuando llegas. Me ocurre muy seguido porque suelo ir a los mismos hoteles. El Liabeny de Madrid es uno, con el mejor camarero del mundo, Pedro. Soy de costumbres fijas. Lo mismo en el DF que en parte del país o el extranjero, aunque en el extranjero solía ir a uno texano de Mc Allen llamado Casa de palmas y, de repente, como a un amor perdido, lo abandoné cantando aquello de, cuando un amor se va, que desesperación. Sucede que Silvia, que es la gente que va por uno a Reynosa y en su taxi cruzas la aduana de Kika de la Garza, rumbo a Mc Allen, me habló de las bondades de uno que era viejo, pero había sido remodelado, el Doubletree de la cadena Hilton. Tiene una ventaja sobre el otro que me hospedaba, opera con suites al mismo precio y son dos habitaciones en el mismo cuarto, con camas solas y con televisión a cada cuarto, cabemos cuatro. Además, está cerca del Mall adonde el shopping hace que la vida se vuelva loca, como canta Ricky Martin. Rememoro lo de los hoteles porque a lo mejor salgo de viaje. Aún no sé. Pero no tardo, como diría Kamalucas y Minga, dos personajes de mi pueblo. He pasado por hoteles que han sido famosos o malditos, como aquel neoyorkino Sheraton, donde el locochón Mark David Chapman salió a matar a John Lennon, un diciembre de 1980. También una vez me hospedé en uno caro, porque lo encontré en promoción, el Waldorf Astoria, Toño Nemi, cuando escribí en mis relatos periodísticos, me dijo que aguas, porque los desayunos ahí eran muy caros, lo constaté y a la otra mañana me fui a una calle aledaña y encontré un restaurante de paisanos poblanos, los llamados PoblaYork, donde había uno de Tierra Blanca, mi pueblo. Ese hotel tiene una galería de fotos y guarda una fotografía mítica, cuando el presidente JFK andaba en campaña por la presidencia, afuera de ese hotel en la afamada calle Park Avenue se trepó al toldo de un auto y pedía el voto. Las habitaciones de este hotel tienen camas Waldorf Serenity, ropa de cama de lujo, TV de pantalla plana por cable y un baño privado con bañera de mármol o ducha y artículos de aseo gratuitos Salvatore Ferragamo. Ufffffff
LOS NEOYORKINOS
Otro que entré y vi, fue al legendario Hotel Plaza, el de Central Park, el que dejó de ser hotel y lo han pasado a condominios, donde los millonarios rusos se han hecho de todo. Fui a tomar un café, porque mi presupuesto era raquítico, y a atravesarme la calle pues mi hermano me pidió una pieza de esa afamada tienda Apple, la llamada Apple Store, un cubo de vidrio en la Quinta Avenida, con el logotipo de la manzana mordida, de Steve Jobs. Allí hay que hacer cola para que te atiendan, parece miércoles de plaza de Chedraui. Con mi amigo Rico, el amigo que no es rico, bajamos rumbo a los baños donde están montadas fotografías de aquellos picudos que allí se han hospedado, Los Beatles, por ejemplo, que durmieron en su primera visita a América, en 1964, cuando Ed Sullivan los tuvo en la tele. O la galería de fotos de aquella gran fiesta del escritor Truman Capote, en homenaje a la dueña del diario The Washington Post, Katherine Graham, donde estuvo la crema y nata de políticos y artistas y millonarios, entre ellos Sinatra y su Mía Farrow. En esa fiesta solo hubo cabida para 500 invitados. Una de las mejores definiciones de la fiesta la dio un reportero de televisión: “Sabemos que usted no es lo suficientemente rico ni socialmente importante como para ser invitado; si no, no estaría mirando ahora las noticias”. Esa noche lluviosa, la ciudad entera se cubrió de glamour, casi 200 fotógrafos, toda la plana mayor de los columnistas de moda y una multitud de curiosos. Los invitados procedían prácticamente de los cinco continentes. Pero el que menos pasó desapercibido fue Norman Mailer, que llegó a proponer al asesor de seguridad del entonces presidente Lyndon Johnson continuar en la calle una discusión sobre Vietnam, o sea, a los madrazos.
Otra vez, en un verano husmeaba por las calles neoyorkinas, los hoteles de Nueva York todos tienen su historia, pasé al lado del hotel Sofitel, de la 45 West 44th Street, tomé una fotografía al frontispicio. Sucede que hacía unos días se había hospedado (mayo de 2011), y de allí salió al aeropuerto donde fue detenido por el FBI, el calenturiento Dominique Strauss-Khan, que era el presidente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y futuro candidato a la presidencia de Francia. Cuando se bajó los pantalones, se le cayó el mundo, en esa suite 2806 de Manhattan la camarera lo denunció de acoso y violación y lo bajaron del avión y le desgraciaron la vida (Véase la película del gran Gerard Depardieu, Welcome to New York). Casado con Anne Sinclair, mujer de alta sociedad, periodista, la mujer más influyente de Francia en 1985, millonaria, heredera única del marchante de las obras de Picasso; la historia de Dominique está bien ligada a ese hotel Sofitel, donde por andar de calenturiento le costó la carrera a la presidencia de Francia. Relato pronto de otros hoteles, y el del gran hotel Ritz de París, donde se hospedaba Ernest Hemingway, que solía decir: “Cuando sueño una vida eterna en el paraíso, la acción siempre transcurre en el Hotel Ritz de París”, un bar fue bautizado con su nombre, porque allí agarraba por su cuenta las parrandas, como la Paloma Negra.
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