Tras una semana llena de manifestaciones y los ánimos crispados, inicia un nuevo mes que quién sabe qué nos depare. Con suerte, nos ahorraremos los bloqueos y quizás lo único que nos impida llegar a nuestras citas sean los improvisados ríos que se forman gracias a las pronosticadas tormentas. Si no es la calma, pareciera decir la ciudad, hay que poner a prueba nuestras capacidades de nado o, siquiera, la elasticidad salta-charcos.

Aunque generalmente las manifestaciones solo me obligan a caminar un par de cuadras más, esta vez me tocó suspirar mientras mi camión avanzaba a paso de tortuga y maldecir el bloqueo en cuanto supe que lo era. Cuarenta minutos tardé en entrar y salir de Jardines de Xalapa y cuando vi la razón no lo podía creer: ¡Apenas eran unas 10 personas! ¡10 personas eran capaces de crear todo ese caos! A pesar del enojo, no pude evitar sentir cierto asombro que menguaba mi rabia.

Pero no todos los que se vieron afectados por las manifestaciones de la semana se sienten inclinados a caer ante el ingenuo asombro. Los empresarios, por ejemplo, pedían el uso de la fuerza pública para desalojar a los maestros que detenían el flujo vehicular, lo que nos da una idea del coraje que sentían. Otros, más tranquilos, pero igualmente molestos, expresaron que entendían la movilización, pero que no eran “las formas”.

Por supuesto, no son “las formas”, ¿pero qué formas son válidas ante la desesperación y el sentimiento de que les vieron la cara? ¿De qué manera se procede correctamente cuando lo único que encontramos son oídos sordos por parte de una autoridad a la que parece que ni le va ni le viene el enojo ciudadano, que enmudece ante la injusticia porque apenas y la percibe como tal.

El manifestante -me expliqué mientras me resignaba a llegar tarde a mi cita a pesar de haber madrugado- bloquea la ciudad no porque busque perjudicar directamente al prójimo, sino porque espera que la rabia ciudadana provocada amedrente a la autoridad que, supuestamente, debe velar porque haya no solo orden, sino paz entre sus gobernados.

Pero ¿será que a nuestras autoridades les interese la concordia entre nosotros? Ante tanta promesa incumplida que, invariablemente, provoca a menudo una nueva manifestación y más malestar entre el pueblo, hasta me atrevo a pensar que no, que alguien “allá arriba” quiere ver el mundo arder y a nosotros, cada vez más desunidos.

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