*De Davinci: “Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte. Camelot.

LA MUERTE DE GONZALEZ DE ALBA

“Invocaste su muerte”, dije a quién me había enviado un correo electrónico de su suicidio, la tarde noche del domingo. Sucede que hace dos días, para ser exactos, en comida veracruzana mi hermano Enrique me hablaba de Luis González de Alba. De sus escritos, de su forma de ser, de lo que defendía y no negaba, de los homosexuales, del libertinaje y a veces de la libertad que da ser escritor. Hablamos de él, de sus primeros relatos de aquel octubre de 1968, esos funestos días que no se olvidan y que han sido un parteaguas en la vida mexicana, de aquel tiempo, y que dejó marcado al presidente Gustavo Diaz Ordaz, como hoy Ayotzinapa marcó a Enrique Peña Nieto. Su primer libro novela fue Los días y los años, un libro que muchos leímos en aquel tiempo de 1968 a los 70s y que hoy, a su muerte, seguro aparecen en las estanterías y volveremos a comprarlo para volver a releerlo, porque el vivir historias ya contadas, siempre alienta. Wikipedia: Los días y los años, la primera novela de Luis González de Alba, no es solo uno de los más detallados testimonios del movimiento estudiantil de 1968, sino también un diario de la movilización ciudadana a lo largo del país para protestar contra un estado de sitio no declarado: policías vestidos de civiles tiroteaban los edificios de preparatorias, vocacionales y el Colegio de México, además de organizar razias para intimidar a los jóvenes; ciudad universitaria y diversas escuelas del politécnico fueron tomadas por el ejército con el pretexto gubernamental de que eran incapaces de restablecer el orden por sí misma. Ese libro formó historia. Contaban los decires que Elena Poniatowska, la gran escritora y ganadora de Premio Cervantes, su libro La noche de Tlatelolco lo había escrito gracias a los relatos de Luis González de Alba, y añisimos después lo reconoció. Ese libro tan laureado, que formó un icono de los relatos de sobrevivientes en aquella infernal noche del tiroteo en la plaza Tlatelolco. Su suicidio no consternó a muchos escritores. Habló de despedirse. Escogió ese camino. Sí les dolió. Lamentable, desde el presidente Peña Nieto que en su twiter oró por él, hasta quienes le han dedicado escritos de despedida. Cuando un escritor muere, las letras tienen que cerrar un espacio, enlutecerse. Lo mejor que encontré fue el escrito de Héctor Aguilar Camín, compañero de letras y de espacios en Milenio, el diario donde muchos escritores cuentan sus cosas. Así lo despidió:

DE HECTOR AGUILAR CAMIN

“Se ha quitado la vida Luis González de Alba, uno de los hombres más libres de México. Su muerte ha sido el acto último de su salvaje libertad. Murió como vivió: como le dio la gana, ejerciendo sin límites su autonomía y su libertad, siempre su libertad, tanto en el ámbito público como en el privado. La última nota que firmó, aparecida ayer en Milenio en su columna dominical Se descubrió que…, lleva por sarcástico título: “Podemos adivinar el futuro”. Fue escrita el 4 de agosto, hace dos meses. Anticipa con claridad meridiana que se despediría del mundo ayer, por voluntad propia, en complicidad con el recuerdo obsesionado de su gran amor perdido, y con la media cita del verso que termina el poema Muerte sin fin, de José Gorostiza: “Anda putilla del rubor helado, anda, vámonos al diablo”.

Hace todo ese tiempo, por lo menos, que González de Alba había decidido morir ayer, 2 de octubre, la fecha que marcó su vida y marcó también su muerte, como dice Diego Petersen en una exacta semblanza del Luis González de Alba de los últimos tiempos, aquejado más por el vértigo que por el sida. (El informador, 3/10/2016)

Luis pasó las últimas semanas arreglando febrilmente con su editor de Cal y Arena, Rafael Pérez Gay, la cesión de todos sus derechos para la publicación de su obra, incluyendo dos libros ahora póstumos: su revisión cabal del 68 y una colección de artículos de divulgación científica. Dejó la tarea de la edición de este último volumen en manos de Rogelio Villarreal, junto con las regalías correspondientes, en pago por su trabajo. Advirtió a Pérez Gay que su sobrino tenía el resto de los derechos y con él debía arreglarse.

El último correo que recibí de Luis, entró a mi servidor a las 6.01 de la mañana de ayer, con su columna de Milenio. A las 12.45 lo encontraron muerto en su casa.

Estoy triste pero no estoy de luto. No creo estar frente a una desventura personal, sino frente a una muerte elegida, que fue para su autor una liberación, el último acto de una vida salvajemente dedicada a ser libre.

Sé que Luis González de Alba murió y descansa en paz”.

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