Dicen que todo tiempo pasado fue mejor. ¿En qué momento el ser humano empieza a voltear con añoranza hacia atrás y a mirar con rabia no solo su presente, sino también a sus más jóvenes representantes? La juventud de toda época siempre ha sido irrespetuosa, decadente, fan del lujo y tiránica, según enunciaba Sócrates en el siglo IV AC. Es la juventud, al parecer, el tiempo en que cada ser humano es parte del grupo problemático. Juzgado por otro que se erige autoridad en tanto que posee -dice- mayor experiencia y sabiduría.
Leía hace unos días un artículo periodístico que, extrañamente, precedía unos microcuentos del terror. El primero versaba sobre las mamás millennials, quienes en resumidas cuentas acuden en gran medida al Internet para resolver dudas acerca de la crianza de sus hijos, y tampoco dudan en compartir su experiencia a través del mismo.
Al finalizar el artículo, empezaban los microcuentos de terror en forma de comentarios que, por otro lado, tampoco resaltaban por su complejidad: ¿Que la mitad de las mamás millennial son solteras? ¡Qué vergüenza! No olvidemos que además ya no saben cocinar ni limpiar; son unas holgazanas y como tales, ¿habrá marido que las soporte? El uso del Internet para resolver dudas también fue criticado y hasta hubo una mención a las mamás que juegan Pokemon Go mientras descuidan a sus hijos o que salen de fiesta, dejando a las criaturas con los abuelos… Lo peor, tal vez, fue que no faltó el joven que preocupadísimo, inquirió: “¿Dónde quedó el padre como proveedor?”.
Todas estas quejas provenían de hombres y estaban expresadas de forma que ponían los pelos de punta, pero tampoco nos engañemos: ¿Quién, sin importar su género, no ha pensado o hecho un comentario “jocoso” sobre las madres millennials? Que si es una mamá “luchona”, que si se cree mucho por postear que es “madre y padre a la vez” o si comete el terrible pecado de, siendo más joven de lo que “debería”, muestra con orgullo que es madre por las redes sociales.
Nos gusta la maternidad, pero solo si se atiene a ciertos límites de lo que consideramos normal y correcto. Y al parecer, las madres millennials están bajo la imperecedera sospechosa de estar quebrantando las reglas. He aquí no solo el espectro de la juventud juzgado por los mayores, sino el de la feminidad señalado por hombres que se erigen rectores de las buenas costumbres, haciendo de las madres eternas menores de edad en perpetuo fracaso.
Entonces, ya no se trata de descubrir cuándo el ser humano empieza a añorar su pasado y a mirar con desdén el presente y a su juventud, sino por qué elegimos a ciertos personajes para ello. ¿Por qué preferimos para ensañarnos a las madres jóvenes y qué nos “faculta” para hacerlo? La respuesta no la aventuro, se la dejo de tarea a quien lea, pero eso sí, no me voy sin expresar una advertencia: el odio gratuito y generalizado nunca ha desembocado en nada bueno y el aborrecimiento hacia las mujeres que no son como “deberían ser” tampoco es nuevo y sus consecuencias no son desconocidas ni por la historia ni por el presente, ni por las mujeres maltratadas, desaparecidas o asesinadas de nuestro día a día.
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