Múltiples voces he escuchado, inclusive con indignadas, que claman, casi gritan porque las fuerzas armadas regresen a los lugares a donde ‘naturalmente’ les corresponde estar, es decir, a los cuarteles militares y a las zonas navales. Y es que parece que existe una confusión entre lo que es el combate a la delincuencia organizada y lo que en muy mal momento a alguien se le ocurrió llamar ‘guerra’, en donde hay se ha hecho creer muy tendenciosamente que los militares andan en las calles reprimiendo a la gente.
Y es que en esta guerra escenificada básicamente por, para y entre los grupos delincuenciales, sin lugar a dudas ha habido bajas importantes entre la población civil, que sin deberla ni temerla, han sido víctimas directas o colaterales de la saña de la delincuencia organizada. Para quien esto escribe es claro –al menos así yo veo las cosas-, que la lucha que hoy se libra en México, la guerra vamos, que tanto se censura por parte de ciertas voces de la sociedad civil, no es una ‘guerra’ represiva del Estado en contra de la misma sociedad como se ha querido hacer pasar, no, la lucha es entre grupos del crimen organizado por la disputa encarnizada que libran de territorios, enclaves, rutas, cotos y mercados.
También es claro que el crimen ha ampliado sus ‘nichos de negocio’ yendo más allá del trasiego de las drogas y ha incursionado en otros mercados que esos sí han afectado a sectores importantes de la sociedad. No obstante, aunque estas batallas eventualmente se puedan estar librando en buena parte del territorio nacional, hay entidades y regiones en donde la lucha es atroz: Tamaulipas, Guerrero, Michoacán, estado de México, Coahuila, Sinaloa, Durango y Jalisco. Por el contrario, hay otros en donde el crimen casi es imperceptible: Yucatán, Campeche, Querétaro y Aguascalientes, entre otros.
Los gobiernos de los estados han quedado a deber en la lucha que libra el estado mexicano en contra del crimen organizado y en las labores de brindar seguridad pública y paz social a sus gobernados. La principal razón es que la mayoría de ellos no ha logrado integrar policías estatales seguras, confiables, preparadas, bien pagadas y bien equipadas, por lo que en algunas entidades el crimen organizado se ha enquistado aprovechando esa ostensible debilidad, a la par de que está mejor armado y equipado, y porque ha logrado permear entre las capas más pobres de la sociedad reclutando a jóvenes a las filas como efectivos de los grupos delincuenciales.
Ante este panorama de por sí poco alentador, no ha quedado de otra más que el gobierno federal participe del combate al crimen y contribuya a las labores de seguridad pública en los estados, mediante el envío de contingentes de la Policía Federal, del Ejército y de la Marina Nacional. Los cuerpos de seguridad pública estatales no son suficientes ni en número ni disponen del armamento suficiente equiparable en poderío y su preparación es muy deficiente como para enfrentar en similares condiciones al tamaño y poderío del crimen.
Por ello siempre he insistido en que los que critican la presencia de nuestras fuerzas armadas en las calles, están equivocadas, sino fuera por ellas el crimen ya se hubiera apoderado del país. En lo personal cada vez que veo pasar cuando voy en coche o cuando camino a un contingente del Ejército, de la Marina o de la Policía Federal, me cuadro y les rindo un homenaje silencioso a estos valerosos hombres y mujeres, no quisiera estar en su pellejo. Se necesita mucho valor para andarse jugando la vida en lugares en donde cuando menos te esperas te pueden emboscar y masacrar vil y cobardemente.
Nuestras fuerzas armadas están muy desgastadas y hasta diría yo que cansadas ante el tremendo desgaste y la presión a que han sido sometidas, por eso es inexplicable que haya quienes clamen sin razón que son unos “asesinos” y que, entre otras cosas, son los responsables de la desaparición de los 43 jóvenes de Ayotzinapa. Con todo respeto sería mejor que guardaran silencio porque no saben la insensatez que dicen.
Con el debido respeto, por supuesto.
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