* De Carlos Fuentes: “Tienes que amar la lectura para poder ser un buen escritor, porque escribir no empieza contigo”. Camelot.

EL ORDEN DE LOS APELLIDOS

La Suprema Corte de Justicia de la Nación mexica, ha revertido un ordenamiento Constitucional, que obligaba a que el primer apellido de un hijo o hija llevara el del padre. Zas. Ahora uno puede registrarlos como quiera, con el apellido del padre o de la madre. En Estados Unidos ocurre mucho que cuando se casan adoptan el del marido, por eso la misma Hillary es Clinton, por el chupacabras de Bill Clinton, el del Salón Oral, digo, Salón Oval. También los apellidos compuestos, hay amigos que pierden sus raíces pues cuando se van casando los hijos pierden los originales, y otros compuestos que no se animan a sobrellevarlo. Por ejemplo, los hijos de Carlos Salinas de Gortari también pueden llevar los dos apellidos paterno y materno invertidos. Y los de José López Portillo. Y muchísimos mexicanos al grito del cambio el apellido.

EL AJEDREZ DE BOBBY FISCHER

Bobby Fischer ha sido el más grande y polémico jugador de ajedrez. Borges hablaba del ajedrez: “El ajedrez es uno de los medios que tenemos para salvar la cultura, como el latín, el estudio de las humanidades, la lectura de los clásicos, las leyes de la versificación, la ética. El ajedrez es hoy reemplazado por el fútbol, el boxeo o el tenis, que son juegos de insensatos, no de intelectuales”. Ya saben ustedes cómo era Borges. En la época de los grandes duelos -hay películas y documentales de ello-, nació un chiquillo que tenía el coeficiente intelectual más alto que Einstein, que eso es decir algo, y se le veía en las múltiples jugando con mayores de edad. A todos derrotaba, a todos humillaba, a todos vencía. Como Pancho López, nació en Chicago, donde hoy los Cachorros quieren desaparecer esa Maldición de la Cabra, y paseó su fama por los salones del ajedrez. Fue aupándose hasta convertirse en Gran Maestro y campeón del mundo entre 1972 y 1975. Eran clásicos los duelos contra el ruso Boris Spassky, que en la época de la Guerra Fría quedaron rescoldos entre ese duelo Estados Unidos-Rusia. El llamado Match del Siglo lo ganó Bobby y, como los toreros en las tardes grandes de toros, se cortó la coleta y se retiró del mundo y los tableros. Casi lo que hizo Gabriel García Márquez cuando ganó el Nobel, no aceptó ningún otro premio. No se le volvió a ver por años. Las televisoras se morían por entrevistarle. Rebelde contra su pueblo, las autoridades americanas le retiraron el pasaporte en 1992, tiempo que gobernaba Papá Bush. Fue detenido y encarcelado como a Mohamed Alí y, tiempo después, cuando lo liberaron, como a Chaplin, otro perseguido del Macartismo, se pasó a la nacionalidad islandesa, y allí murió, en Reikiavik, joven a los 65 años. Le aportó al ajedrez más que el inventor. Nadie sabe quién lo inventó, pero las grandes partidas de Fischer, para aquellos que lo saben jugar, demuestran que para ser un Gran Maestro, como en la Bamba; se requiere una poca de gracia y otra cosita. A los 16 años asombró al mundo al convertirse en campeón. Galería donde anduvieron Spassky, Karpov, Petrosian y el cubano José Raúl Capablanca. Obsesiona ese tablero de blancas y negras de 64 casillas de ocho filas y ocho columnas, donde el pensamiento se aísla, donde la concentración te mete tanto en el juego que no sabes ni horas ni días que se viven. Y ando en el ajedrez, porque leí una entrevista a Leontxo García, en el diario El País, sobre el gran Bobby Fischer. ‘En este punto, ante la estela enferma que rondaba a aquella estrella, se cruzó ante Leontxo García el día que conoció al mito: «Cuando lo conocí era ya un enfermo. Aunque durante años nos comunicamos a través de un amigo común, el venezolano Isidoro Cherem, no lo conocí presencialmente hasta el invierno de 1991 en un hotel cercano al aeropuerto de Frankfurt. Nos saludamos en el vestíbulo del hotel. Estuvo correcto, pero distante y frío, porque odiaba a los periodistas. Cherem me sugirió que le ocultara que era periodista, pero en mis comunicaciones anteriores le dije la verdad: que primero fui ajedrecista y luego me dediqué al periodismo para promover el ajedrez. Durante la comida, al terminarse la sopa sacó un tablero imantado del bolsillo de su chaqueta y me preguntó si conocía la posición que había en él. Fue un momento de suerte. Quería probar si le había mentido cuando le dije que había sido ajedrecista. Le contesté que era su partido contra Arturo Pomar de la Olimpiada de La Habana, en el que sacrificó un peón e hizo un ataque muy fuerte. Entonces, abrió una sonrisa y cambió su trato hacia mí». Está científicamente demostrado que la frontera entre la genialidad y la locura es muy estrecha. Bobby Fischer tenía un cociente intelectual superior al de Einstein, pero fue una persona muy infeliz». El juego, que algunos llaman ciencia, es algo que apasiona. Aun ahora las partidas de Fischer se pueden ver en Youtube, analizarlas y entender por qué este genio por poco termina en la locura. Al darle al mundo la sabiduría propia de los genios. Tenía razón Fischer, cuando dijo que, “El Ajedrez es una guerra en un tablero. El objetivo es aplastar la mente del oponente”. Aunque, al final, la vida es como el Ajedrez; el rey y el peón siempre van a la misma caja.

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