“Me propongo vivir para siempre”. Tal vez fue la única mentira que dijo Leonard Cohen. Porque todo lo que escribió y cantó era verdad: la mujer, el hombre, la pareja, el amor, la religión, el sexo, la soledad, el tiempo, el sufrimiento, la esperanza, en lo que se cree; en fin, el ser humano y la vida toda. Y la muerte total. Hace un mes, en entrevista con el The New Yorker en ocasión de la salida de su último disco You Want It Darker, con letras y melodías de un fuerte olor a despedida, le dijo a David Remick: “Estoy listo para morir. Yo espero que no sea demasiado incómodo. Eso es todo para mí. Todo está a punto de acabar”. Un día después, en la presentación de su disco en Los Angeles, dijo su única mentira: “Me propongo vivir para siempre”. Al mes, el lunes pasado, murió. A los 82 años. En julio pasado falleció Marianne Ihlen, la mujer que fue su amante y musa de su famosa canción So Long, Marianne. Le envió entonces una carta poco antes de que muriera a consecuencia de la enfermedad que padecía: “Bien, Marianne, hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía… Todo el amor, te veré por el camino”. Mundano, bohemio, místico, lorquiano, fumador empedernido, mujeriego, sufridor profesional. La poesía cantada, esas novelas de seis minutos y la prosa mecida por inconfundibles melodías folk le valieron el reconocimiento como poeta, escritor y cantautor. Por ello también le otorgaron, hace cinco años, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Más o menos en el mismo tono, pero todos los medios de comunicación coincidieron con el jurado del prestigiado galardón de concedérselo por sus canciones de marcado carácter literario, pero también por su obra no cantada: Flores para Hitler, Los hermosos vencidos, Comparemos mitologías, o la novela El juego favorito y Hermosos perdedores, su relato primero publicada hace más de medio siglo. Por una obra literaria que ha influido en tres generaciones de todo el mundo, a través de la creación de un imaginario sentimental en el que la poesía y la música se funden en un valor inalterable, el poeta, músico y artista ganó el Premio, anunció el Jurado de la distinción española, y añadió: “El paso del tiempo, las relaciones amorosas, la tradición mística de Oriente y Occidente y la vida contada como una balada interminable configuran una obra identificada con unos momentos de cambio decisivo a finales del siglo XX y principios del XXI”. En fin, que el Jurado reunido en la ciudad de Oviedo, Asturias, consideró a Cohen uno de los autores más influyentes de nuestro tiempo, cuyos poemas y canciones “han explorado con profundidad y belleza las grandes cuestiones del ser humano”. Leonard Norman Cohen nació en el seno de una familia de emigrantes judíos en Montreal, donde en 1955 se licenció en Literatura en la Universidad McGill. En esa época se produjeron sus primeros contactos con la música y formó parte de The Buckskin Boys, un grupo de aficionados a la música country. Se trasladó a Nueva York con una beca que le permitió ingresar en la Columbia Graduate School y recibió una subvención del Canada Council para escribir un libro, lo que le permitió publicar su primera obra poética: Let us compare mythologies, una recopilación de poemas escritos entre 1949 y 1954 inspirada en Federico García Lorca (por el poeta español su hija se llama Lorca), en la que Cohen refleja una temática que será recurrente en su obra, como la persecución de los judíos, las relaciones de pareja y la religión. Autor de más de una docena de libros, en la década de los 60 se instaló temporalmente en la isla griega de Hydra (ahí conoció a Marianne) y comenzó a componer canciones sin abandonar la literatura. Durante esos años publicó sus siguientes libros. Hace una década se publicó una colección de poemas y prosas en el libro Book of longing, el cual incluye una serie de dibujos y ha sido el primer libro de poesía en alcanzar el número 1 en las listas de ventas en Canadá. Sus más recientes obras literarias son Poemas y dibujos y Poemas y canciones. Como músico, Cohen publicó su primer LP, titulado Songs of Leonard Cohen en 1967, en el que incluyó algunos de sus temas más conocidos como Suzanne y Sisters of Mercy. A este trabajo le siguieron Songs From a Room, con gran acogida por parte del público, y Songs of Love and Hate, que le confirmó como uno de los autores más destacados del momento. A lo largo de las décadas de los 70 y 80 realizó giras por todo el mundo y publicó álbumes como Live Songs, New Skin for the Old Ceremony, Death of Ladies Man, Recent Songs y Various Positions, cuyo tema Hallelujah ha sido versionado por más de 150 artistas. Posteriormente publicó I’m Your Man y The Future, en los que consiguió plasmar a la perfección el espíritu de su tiempo. Desde entonces, ha grabado Ten New Songs, Dear Heather y Blue Alert. En 2008, para celebrar medio siglo de artista, Cohen ofreció 84 conciertos por todo el mundo, a los que asistieron más de 700 mil personas, en una gira que significó su regreso a los escenarios tras los cinco años que pasó en el monasterio budista de Mount Baldy, en Los Ángeles. Posteriormente editó Songs From the Road, un álbum grabado en vivo con sus canciones más emblemáticas. Últimamente publicó Old ideas (2012) y Popular problems (2014) y cuya trilogía integra su último álbum: You Want It Darker. El año pasado editó Can’t Forget, con con el que realizó sus últimas presentaciones en vivo. En una entrevista que le hizo Diego Manrique para El País en 2006, Cohen le respondió con algunos poemas a sus preguntas: Hace cincuenta años también publicó el poemario Comparemos mitologías. ¿Cómo se siente ahora respecto a aquellos poemas? ¿Se reconoce todavía en ellos? Cohen: Hice lo que pude, no fue mucho, / no podía sentir, así que aprendí a tocar. / Dije la verdad, / no vine para engañarte. / Y aunque todo fuera mal, / estaré ante el Señor de la Canción, / y en mis labios no habrá / más que Aleluya. Otra pregunta: Díganos en qué consiste ser Leonard Cohen, cantante de música popular. La respuesta: Miles / entre los miles / que son conocidos, / o que quieren ser conocidos como poetas, / quizá uno o dos / sean auténticos / y el resto son impostores, / rondando por los recintos sagrados / tratando de parecer genuinos. / No hace falta decir / que yo soy uno de los impostores, / y ésta es mi historia. ¿Ha tenido momentos en los que no ha vivido según sus propias reglas musicales o morales? La misericordia me devuelve / Una mujer que deseo / Un honor que codicio / Un lugar donde quiero que viva mi mente / Entonces la Misericordia me devuelve a la tríada / Y la crisis de la canción. ¿Escucha usted música contemporánea? A veces enciendo la radio / Y la escucho con gran placer / Sin reconocer a nadie. Hasta aquí algunas de las preguntas de Manrique, quien conoce a fondo al barítono y lo ha llamado “el poeta susurrante” y de quien hace unos años, en ocasión del concierto-homenaje-espectáculo en español Acordes con Leonard Cohen, escribió: “Ahora nos parece inconcebible pero hubo un tiempo en que Leonard Cohen era considerado un anticantante. En el Reino Unido y en Estados Unidos, se tomaba a broma su voz grave, igual que la desgarrada temática: ‘hacía música para cortarse las venas’. Un chiste que evidencia lo chirriante que resultaba el artista de Montreal en el universo del pop anglosajón. Durante los ochenta, Cohen no vendía lo suficiente y llegó a quedarse brevemente sin contrato discográfico en América del Norte. Por el contrario, en la Europa continental, previamente sensibilizada por la chanson francesa, se entendía su gravedad y se aceptaba la seriedad de su repertorio. Hoy, nadie discute la excepcionalidad de Cohen: se admite como estilo personal su supuesta monotonía vocal; se aprecia la profundidad de su cancionero. Y a ese reconocimiento ha contribuido el proselitismo de artistas que consagraron discos monográficos a Cohen, el vasallaje de diversos homenajes a varias voces”. Y por eso mismo lo premió España, país en el que en 2010 ofreció su último concierto, donde con traje, sombrero y su voz de barítono, entre la salmodia de las viejas visiones folk y la emocionante precisión poética de temas tan vivenciales como Famous blue raincoat, el viejo sacerdote de la música popular (él se pone por detrás de Dylan) se arrodilló ante el público barcelonés. “Sin duda –escribió entonces Rosa Montero– asesinar es otra manera de enfrentarse a la pena, sólo que es un método especialmente inútil, especialmente bárbaro. Prefiero los modos del viejo Leonard Cohen, que ha acompañado mi vida con sus baladas tristonas. Y, personalmente, prefiero usar las palabras, como él”. O como el mismo galardonado con el Príncipe de Asturias de las Letras lo declaró alguna vez: “Siempre tuve la idea de que tenía un pequeño jardín para cultivar. Nunca pensé que era en realidad uno de los grandes, así que mi trabajo, el trabajo que estaba frente a mí, era sólo cultivar esta pequeña esquina del campo de la cual pensaba que sabía algo, que tenía que ver con la indagación de uno. Sin autoindulgencia. Nunca sentí que la confesión pura fuera realmente interesante, pero la confesión filtrada a través de una tradición de habilidad y trabajo duro. Esa era mi pequeña esquina y comencé a escribir acerca de estas cosas que yo pensaba que conocía o que quería conocer, así es como empecé”.