De considerar sus raíces griegas demos (pueblo) cratos (poder), de la concepción Aristotélica de concebirla como “gobierno de la multitud y de las mayorías”, de asumirla como sistema de elección o decisión del pueblo de sus representantes y de entenderla como una doctrina política y una forma de vida en sociedad cuya principal función es el respeto a los derechos humanos consagrados en las constituciones de los países del mundo y en los acuerdos internacionales, la democracia ha sido un concepto del que se ha usado y abusado –en diferentes momentos-en voz de líderes de naciones, en los parlamentos, por los candidatos que se han adornado con una terminología que raya en la demagogia y de las clases populares con visión radical que creen en ella y la pregonan creyendo que apostándole todo a la misma, los problemas se resolverán de súbito.
Sin embargo la historia de quienes encabezaron luchas por la democracia en sus naciones, que triunfaron y consiguieron el poder, que prometieron a sus pueblos la garantía de que serían protegidas sus libertades civiles y derechos individuales, que harían realidad la igualdad de oportunidades y la participación en la vida política, económica y cultural de la sociedad, fueron decayendo en credibilidad, al confrontarse sus ciudadanos con un escenario diferente a lo propuesto. El producto social y político de los regímenes que nacieron con el discurso de la revolución y de la democracia que no previeron con realismo su futuro, terminaron haciendo leyes “a modo”, eternizándose en el poder, coartando las libertades y garantías de aquellos que pensaban diferente, sometiendo a sus pueblos al aislamiento o a la enajenación interna y externa y a la pobreza.
Finalmente se convirtieron en regímenes autocráticos.
Es decir hicieron prevalecer lo que algunos politólogos definen como la “tiranía de la mayoría” que se refiere a la posibilidad de que en un sistema democrático, una mayoría de personas, puedan en teoría –al no adecuar sus gobiernos a nuevas condiciones-, perjudicar e incluso oprimir a una minoría particular.
Decía Simón Bolívar: “Solo la democracia, es susceptible de una absoluta libertad, libertad que se define como el poder que tiene cada hombre de hacer cuanto no esté prohibido por la Ley…” Lo que nos invita a pensar, que si viviera Simón Bolívar, y viera lo que está sucediendo en Venezuela con la “República Bolivariana” impuesta por Hugo Chávez y seguida por Nicolás Maduro, se volvería a morir, porque los ideales en los que creyó y luchó este ilustre libertador, han sido deformados y utilizados por los famosos revolucionarios del presente que hacen los gobiernos “a su conveniencia”, convirtiéndose finalmente en tiranos de sus pueblos.
José Martí, que inspirara la revolución cubana, defensor de la República, de la democracia y de la equidad, cuando era líder de su partido en Cuba, decía: “El partido revolucionario cubano, no se propone perpetuar en la republica cubana con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legitimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer , por el orden del trabajo real y el equilibrio de las nuevas fuerzas sociales, a los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta por la esclavitud”.
Y ¿qué fue lo que pasó en Cuba respecto a su democracia? Si viviera José Martí, le dolería ver a una Cuba esclava de su propio régimen.
Fidel Castro, fue un gran líder revolucionario y podemos recordarle en su lucha para liberar a su pueblo de un régimen impositivo que sirvió de camuflaje del verdadero dictador: el imperialismo y la mafia estadounidense. Que luchó en su momento por la libertad y por la democracia, que legitimó la revolución de fines de los 50 del siglo XX, que sobrevivió al intento de invasión en los 60, a la crisis de los misiles soviéticos con ojivas nucleares instalados en la Isla y a la desintegración de la Unión Soviética sostén militar, ideológico y económico de Cuba por 3 décadas, pero que al tiempo le faltó visión para abrir a su pueblo hacia la modernidad, justificando en el embargo económico el fracaso económico del régimen, la represión y la descalificación de los disidentes como “mercenarios” de EEUU.
Y ahí es donde la imagen de Castro cambia para sus compatriotas. Y al convertirse el sistema en “Papá gobierno” y destinar a sus ciudadanos a ser seres sumisos, conformistas y dependientes, la libertad se coartó y… para muchos cubanos que le reconocieron como valiente caudillo, lo despreciaron posteriormente al no sentirse respetados en su libertad de decisión, de opinión y asociación en la Isla, haciendo que ese régimen -tarde o temprano-se presentara para muchos antidemocrático, asfixiante y tirano.
Pero el mismo patrón se repite en Nicaragua, Bolivia y otras naciones que hoy tienen secuestrado a su pueblo y que no permiten un cambio por así convenir a sus intereses. Esos regímenes, ¿cómo pueden hablar de democracia?
Ayer los escuchaba al pronunciar sus discursos en la Plaza de la Revolución en las honras fúnebres en memoria del líder cubano. Líderes que en los hechos asumen hoy comportamientos similares a las figuras que destituyeron, cuyos pueblos están pobres y no ven para cuando puedan cambiar de gobernantes y menos de sistema social, político y económico.
Por eso considero un gran error comparar a Castro con Mandela. Ambos líderes respetables y reconocidos, pero este último un líder democrático y sensible, motivador de la paz, capaz de sentar a la mesa a estadistas antagónicos y servir de excelente mediador. Cosa que jamás hubiera hecho el cubano.
Por eso creo que no hay comparación. Mandela, fue líder del movimiento antirracismo en Sudáfrica y llegó a ser Presidente de su país después de 27 años de cárcel y al asumirlo no se envalentonó, sino que fue capaz de poner en marcha una política de reconciliación nacional para unir a su pueblo y pensó siempre en el bienestar de su nación estando abierto al apoyo exterior, porque confió en aquellos países que lo ayudaron durante el “apartheid”, frente a la ingratitud de algunos de su propia sangre. Y la gran diferencia: jamás pensó en eternizarse en el poder, ni siquiera pensó en una reelección y lo cedió democráticamente en su momento. Por eso trascendió.
Luego entonces, mucho populismo hace daño y poca o nula democracia finalmente atenta contra el respeto a los derechos del hombre.
Por eso vale la pena recordar un pensamiento de Nelson Mandela respecto a la democracia: “Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cascara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan gobierno y parlamento”.
Gracias y hasta la próxima.