“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso, ni jactancioso, ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor”. 1 Corintios 13:4-5
Cuando lo más difícil sucede, cuando las fuerzas no alcanzan a reconocer la magnitud del problema que vivimos, siempre es tiempo de tomarse un respiro y recordar de donde venimos, donde estamos y hacia donde vamos. Siempre vamos hacia un lado, un punto, un espacio, un momento. Aún en las condiciones más severas, hay esperanza, hay una luz al final del camino, siendo esto una verdad que descubrí con mi madre quien resucitó y unos días después me dijo como se siente morir. Me dijo que “morir es hermoso, es un descanso, un andar, un avanzar hacia una luz inmensa y que da tranquilidad”.
Ahora que muchas familias se ven en la incertidumbre de conservar o no su empleo, cuando las enfermedades se incrementan por las debilidades emocionales y cuya fuente inagotable es el miedo, cuando las carencias económicas son menores a comparación a las carencias de valores; debemos darnos un momento, respirar profundo y pensar algo que se nos olvida por lo cotidiano y superfluo: Que poseemos un poder infinito en el universo, un poder que cambia nuestra conciencia, nuestras emociones y cuya esencia puede dominar la sanación de nuestra mente, corazón y cuerpo.
Es el poder infinito del amor. El que nos guía hacia la felicidad y también hacia la desdicha, solo es necesario basarnos en una decisión, dar amor sin esperar nada, lo que se cosecha siempre será en reciprocidad a lo que se siembra. El amor es eterno, no se compra ni se alquila, se da o no se da. A medias no es posible.
El amor es imperceptible a los sentidos pero si a la conciencia. Inicia en la capacidad de perdonar y termina en el sentimiento de dar. Empieza en el perdón hacia uno mismo y hacia los demás. Es tener la capacidad de vivir entrañablemente unidos por nuestras propia naturaleza. De ser felices con lo que tenemos. De aprender a equivocarnos y volverlo a intentar. De encontrar coincidencias en las divergencias y hacer de cada momento una oportunidad para trascender. De comprender las grandes filosofías que solo nos dan un camino para reflexionar pero la más grande, la más poderosa es la reflexión de la vida que a pesar de la maldad y de la gente mala que solo piensa en sí mismo y disfruta perjudicar a los demás, existe un gran escudo, que es el amor. El amor nos debe dar vitalidad. Si no fuera así. Nada seríamos en el ínfimo instante que somos en el universo. Somos como esas imágenes que vuelan en el aire y que se distinguen en el rayo de sol que entra por la ventana, que vuelan y que con nuestra mano queremos tocarlas pero no se puede porque se extinguen inmediatamente. Así es nuestro existencia. ¿Y para que cargar entonces con tanta piedra, tanta tristeza, tanta maldad? ¿Para que ofender? ¿Para qué matar? ¿Para qué golpear? ¿Para qué olvidar a quienes nos han amado? ¿Para qué violar, mancillar, esclavizar o simplemente acumular tanto dinero mal habido? ¿Para qué? Si lo que verdaderamente nuestra función es vivir, saber vivir y ser felices. Y al ser felices hacer posible hacer felices a quienes nos rodean. Lo infinito del universo tiene un fin. Enseñarnos que así como en lo exterior no hay límites, también hacia nuestro interior no existen límites. Solo la muerte que es un proceso natural tan hermoso como el nacimiento. Los dos dan esperanza. Porque de donde venimos o hacia donde vamos, nadie lo sabe con exactitud. Pero lo han explicado de acuerdo a diversas vertientes filosóficas y religiosas que al final recaen en un solo concepto: El amor de Dios. A veces la muerte de un ser querido en su manifestación pura de la pérdida debe ser motivo par aferrarnos más a la vida, amando mucho más a quienes nos quedan y nos aman incondicionalmente. Aprendemos que la vida da oportunidades apara amar y ser amados. Pero nuestra obsesión por ver lo superficial y lo inmediato hace que perdamos lo esencial: El amor.
“Si alguien afirma: «Yo amo a Dios», pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto”. 1 Juan 4:20
¿Cuántas veces afirmamos que en esta fecha de Noche Buena, Navidad y Año Nuevo, amamos a todas la personas? Felicitamos, abrazamos y decimos que estamos en la fe hacía Jesucristo en la noche que festejamos su nacimiento. Sin embargo hermanos que pelean por asuntos materiales, hijos que olvidan y a sus padres, amigos que se odian irreconciliablemente, cónyuges que se lastiman emocional, psicológica o físicamente dan muestra que debemos reflexionar sobre la importancia del amor eterno. Del que nos permite levantarnos en los momentos más difíciles, en los que estamos a punto de perder la esperanza.
Esta Navidad debemos desterrar por completo a quienes nos arruinan todo como la ambición hermana de la avaricia, el odio hermano de la perversidad y la ingratitud hermana de la deslealtad, quienes comúnmente se hacen presentes en una mesa de alimentos que se consumen en medio de la hipocresía y la mentira.
Esta noche podemos invitar de forma especial al perdón como principal personalidad, a la solidaridad y fraternidad como invitadas de honor, a la humildad madre de la benedicencia y a la hermana de la paz que es la libertad a compartir nuestros alimentos.
En medio de todo el alimento, deben existir unas letras escritas por alguien de la familia, en forma de oración, pidiendo a Dios que se superen las diferencias, que vengan las bendiciones para que la salud, bienestar y prosperidad reinen por siempre.
Orar y decir palabras benditas como gracias, bendigo, amar, perdonar, admirar, disfrutar, ayudar, etc. Son las que nos abren el poder de la palabra.
Bendecir es bien decir las cosas, y esta noche que sea momento para decir mil palabras de amor, porque con ellas cerramos un pacto de amor eterno, y ahí es donde el poder infinito del amor se activa, cuando hay voluntad de escuchar palabras que se hagan realidad.
Felicidades, y compartamos nuestro alimento con quienes hoy no tienen que cenar, compartamos nuestra sonrisa y oración por quienes hoy pierden su trabajo pero que volverán a encontrar un mejor camino. Oremos porque nunca pierdan la fe.
Dios les bendiga por siempre.
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