Por Ramón Durón Ruíz (+)

Cuenta el querido padre Joaquín Antonio Peñalosa: “En el pueblo había un sacerdote lleno de bondad y amor al prójimo; en el catecismo del sábado por la tarde, vio llegar a la iglesia al hijo de una modesta madre soltera, queriendo disimuladamente darle dinero para que comprara pan le dice: ––Te doy 20 pesos si me dices ¿Dónde está DIOS?

––Yo le doy 30 pesos, si usted me dice… ¿Dónde no está DIOS?”

Para este Filósofo, igual pregunta surge en esta fecha: ¿Dónde no está un niño? Si un niño está en el cuerpo de quienes tiene corta edad, también está en el corazón de los jóvenes y está también en el alma de los abuelos… a cualquier edad se es niño.

Los niños son la unión eterna, entre soñar con un mundo mejor y sonreírle a la vida, entre el amor incondicional y el perdón permanente, entre la rica imaginería y la inagotable creatividad, entre la innata ingenuidad y la sana alegría.

Mientras los niños contienen en su ser al hombre del mañana, los abuelos contienen al niño del ayer; cuando se ve con los ojos del niñode siempre, la vida se llena de color, ese niño que vive en nuestro interior, tiene la magia de espolvorear polvo de estrellas en nuestra vida.

Con la plenitud de un hombre sabio, Henry Graham Greene, sentencia: “El mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños” en México celebramos el Día del niño el 30 de abril, en Bélgica lo hacen el 14 de abril, en Brasil el 12 de octubre, en Chile el segundo domingo de agosto, en Rumania el 1 de junio.

Existen pues, fechas y modos distintos para la celebración de un día tan importante en el calendario cívico; en nuestro país lo celebramos de variadas formas, el viejo Filósofo de Güémez lo hace a su manera.

Será porque en los niños encuentro una gran escuela de vida, que me deja múltiples lecciones, entre otras:

A un niño no le faltan motivos para ser feliz, le sobran argumentos para vivir el HOY a plenitud, para estar alegre y sonreír.

Su mundo no se mueve en la angustia y los sinsabores de la prisa, sino en la magia que provee el amor.

Por la noche cuando reposan su testa en la almohada, están satisfechos de haber disfrutado palmo a palmo el día que concluye.

Un niño no encuentra un sólo pretexto para el desánimo. Tienen el ego –que tanto daño hace a los adultos– reducido a la mínima expresión, hacen a un lado las críticas, el odio, el rencor y las mediocridades.

No viven en el chisme, ni crecen desacreditando a nadie, mucho menos apropiándose de méritos ajenos, tienen una excepcional visión positiva de la vida, que hacen que cada minuto valga la pena.

Los niños aprovechan cada oportunidad para ser felices, saben reír con la vida, por cualquier pretexto experimentan una sonrisa, sanan con una facilidad alquímica, porque su vida se fundamenta en el amor, en una autoestima elevada y una auto aceptación incondicional.

Los niños viven y crecen desde la pregunta, son un cuaderno en blanco, siempre están dispuestos a aprender. Viven en una dimensión elevada en la que son congruentes y auténticos, no engañan a nadie con emociones escondidas.

En su humana iluminación, son un buen ejemplo de vida, en la que caen y se levantan sin buscar culpables, son sembradores natos de amigos, que contagian con naturalidad su eterna felicidad.

Resulta que el querido Padre “Chuyo” se encuentra en la calle con el campesino de Güémez, –que siempre trae a flor de piel a su Niño Interior– lo ve más golpeado que una tina de albañil, más arañado que un “trepadero” de mapache, su camisa toda rota, el pantalón revolcado, la cara llena de moretones.

––¿Po’s qué te pasó Filósofo? ¿Sufriste algún accidente? ¿Quieres que te lleve a tu casa?

––No, padre gracias… ¡DE AHÍ VENGO!

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