Una de las vertientes del periodismo mejor aquilatadas hoy día, por su amplia difusión, capacidad de convocatoria y por el libre albedrio que lo engendra, no acepta censuras, es el periodismo ciudadano que vemos descollar todos los días, con urgencia social e ímpetu superlativo, sobre todo en las redes sociales.

Antes y después del Estado, esta vertiente de comunicación en constante expansión, alienta la vida del individuo, del ciudadano, concibiéndolo como parte sustancial del engranaje democrático de todos los días y de todas las horas, en busca de objetivos seleccionados de manera clara, inequívoca; en busca de respuesta y solución a sus causas más nobles y sentidas.

El periodismo ciudadano, como hoy lo advertimos, no utiliza la primera persona del singular, porque no busca reflectores; utiliza el nosotros, como antesala del activismo político y social, para buscar unir, ensamblar lo diverso; amalgamar y llenar de sentido y de energía a la pluralidad. Multiplica al individuo sin desintegrarlo. Sin dejar de ser único, irrepetible, el ciudadano se transforma en los ciudadanos, en muchos ciudadanos. Conjuga los verbos en los tiempos presente y futuro, y se habla de tu con el poder, convertido en un auténtico contrapoder.

Tan irrebatible fuerza ciudadana obliga a los gobiernos a reaccionar, aunque a veces no lo quieran o lo hagan tarde y mal, ante una denuncia, una presión, una movilización, una crítica o, lo que resulta aún más relevante, una propuesta lanzada al influjo de los más estrictos rigores del sentido común, tan escaso hoy día en la vida mexicana.

El periodismo ciudadano genuino -no el que escribe a modo, por encargo- aborda, difunde, explica, convence, convoca en plural sobre las causas que integran la agenda ciudadana, que es inagotable porque siempre está construyéndose. Una meta alcanzada o, acaso, puramente vislumbrada, es el inicio de una nueva etapa de lucha. Cada causa ciudadana, bien explicada, planteada y operada, está gestando una nueva causa ciudadana. Una es prólogo y motor de la otra, de la siguiente, de la de mañana. De ese modo, podemos hablar de una suerte de naturaleza progresiva, expansiva, de toda causa ciudadana.

Una buena causa ciudadana opera el prodigio de hacer público lo que, por su esencia, por su naturaleza, debería ser público y no lo es. Se trata de hacer público lo público, y de “hacer política” en el sentido más noble y edificante de la expresión. Una buena causa ciudadana hace política, y, con ello, consigue que la política deje de ser algo que sucede entre los políticos para convertirse en algo que sucede entre los ciudadanos. Esa es la aspiración primigenia de toda democracia.

Ni una sola entre las muchas causas que conforman la agenda ciudadana que difunde todos los días ese nuevo periodismo sin censura, el periodismo ciudadano, surge de la nada o de la casualidad, siempre tiene una raíz; tampoco es individualista ni egoísta. Es la solidaridad comunitaria encarnada en el barrio, en la escuela, en la vía pública; es el espíritu colectivo que le da fuerza e identidad a quienes no la tienen.

Esta nueva forma de comunicación, que difunde rauda todo cuanto ocurre, con efectividad e implacable crítica, tampoco es, hay que decirlo, un ejercicio acabado. Hay quienes lo ejercen con responsabilidad y profesionalismo, mientras otros se quedan en la mera crítica. En todos los casos, constituye un inequívoco termómetro social que podría ser de enorme utilidad a los políticos.

Más allá y más acá de los partidos políticos están el ciudadano y sus causas, su agenda, que hoy promueve y difunde el periodismo ciudadano pletórico de razones y exigencias, de críticas, reflexiones, protestas y propuestas que constituyen el alma ciudadana. Pero que esto no nos lleve a eludir las obligaciones y los deberes de las mujeres y de los hombres de carne y hueso que en él participan. Hacer periodismo ciudadano, se aprende a través del ejercicio cotidiano y se perfecciona y desarrolla al reconocer y enmendar nuestros propios errores. Sólo se equivoca quien actúa, aunque no actuar es también, una manera de equivocarse.

Asomémonos con entusiasmo a las profundas entretelas del alma ciudadana, que hoy hace periodismo, pero sin desbordarnos, sin empecinarnos. Escrutemos los móviles, objetivos y las vicisitudes de nuestra vida ciudadana, que bien ejercitada podrá transformarse en innumerables banderas de lucha, y en una formidable y esperanzadora fuerza política, que por fin de cabida a la desvalorizada ciudadanía.

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@RebeccArenas