«En Barack Obama podía advertirse ese respeto por la función de gobierno. Ninguna confusión de interés personal con la responsabilidad pública. Ningún engaño, ninguna abuso. Ni él, ni nadie de su familia, ni nadie de su entorno inmediato usó el poder para beneficio personal. Cierto, al hombre hay que evaluarlo por su sentido de la responsabilidad. Pero también hay que evaluarlo por su sentido de probidad, por el ejemplo de su conducta. Además, la elocuencia de Obama es conexión emocional, empatía. De la imaginación literaria aprendió que siempre hay que ponerse en la piel del otro. No es frecuente en las cumbres del poder ese rango de elemental humanidad». Lo escribe Jesús Silva-Herzog Márquez en «Reforma».