Un día después de la toma de posesión de Donald Trump, vista en todos los rincones del mundo, la Marcha Mundial de las Mujeres acaparó la atención de propios y extraños. Ampliamente seguida por los medios, opaco el primer día de actividades del flamante mandatario, ratificando su negativa imagen a lo largo y ancho del planeta.
En Washington DC, la segunda marcha más nutrida de la Unión Americana, después de la de Los Angeles con casi un millón de manifestantes, superó ampliamente las expectativas iniciales. Las calles de la capital estadunidense se llenaron como pocas veces, con expresiones en contra de todo lo que Trump representa: racismo, misoginia, exclusión, autoritarismo, corrupción, mentira y un conservadurismo a ultranza, advirtiéndole al mandatario que no permitirán se vulneren los derechos civiles y la cultura de la diversidad, claramente amenazados por el nuevo gobierno.
A diferencia de la ceremonia de investidura, que un día antes congregó a la población blanca y rural de Estados Unidos, la Marcha de las Mujeres mostró a una nación de colores diversos. El rosa, símbolo de la marcha, dio paso a un arco iris que devolvió aplomo y entusiasmo a una sociedad profundamente decepcionada por unas elecciones que ganó quien menos votos obtuvo. “Ganó el colegio electoral y no los votos ciudadanos” coreaban los participantes, en tanto los oradores en la tribuna, reconocidos activistas y personalidades del mundo artístico, proclamaban que Estados Unidos es tierra de inmigrantes, y que Trump no es Estados Unidos, representa solo una parte.
Ese mismo día, mientras el republicano asistía a un oficio religioso en la catedral de Washington, afuera daba comienzo una tormenta social que difícilmente amainará si el presidente persiste en sus amenazas segregando a los perdedores, Tal y como solia hacerlo en su reality show televisivo. La grave diferencia es que ahora lo lleva a cabo en su propia nación, ensanchando aún más la brecha que divide a la sociedad norteamericana.
El estallido civil, valiente y decidido, en las principales ciudades de los Estados Unidos, constituyó una clara advertencia al presidente número 45, de que la población diversa e incluyente de ese país, no dará un paso atrás en las conquistas sociales alcanzadas. Los principales valores en la marcha, el pluralismo y la solidaridad, le dan a este movimiento cohesión y fuerza moral de la que hoy Trump carece.
La participación de cientos de miles de mujeres y hombres de todos los grupos étnicos, niveles socioeconómicos y educativos, y la dinámica con la que interactuaban: hombres manifestándose por los derechos de las mujeres, blancos hablando a favor de los musulmanes y asiáticos, antiguos combatientes en contra del rearme que alienta Trump; empresarios solidarios apoyando el Obamacare, o estadunidenses defendiendo a los mexicanos, constituyen una sinergia que no deja lugar a dudas: Se trata de unir, de ensamblar lo diverso, de amalgamar y llenar de sentido y de energía a la pluralidad. La resistencia civil estadunidense conjuga los verbos presente y futuro y se habla de tu con el poder, evidenciando su nacimiento como un auténtico contrapoder.

Contrario a lo que pudiera pensarse, la Marcha Mundial de las Mujeres no pareció hacer mella ( por lo menos en apariencia) en el mandatario Trump, quien se limitó a preguntar en su cuenta de twiter: “¿Dónde estaban esos inconformes a la hora de votar?”
Si como todo el mundo sabe, fue el colegio electoral quien le dio el triunfo a Donald Trump, tal vez lo que la resistencia civil estadunidense debería demandar a sus legisladores de forma prioritaria, es un cambio en la ley electoral que reconozca el valor de los votos ciudadanos. Por lo pronto, un muy amplio segmento de la sociedad estadunidense que no voto por Trump se ha constituido en resistencia civil que actuará como contrapoder ante el belicoso empresario. No habrá que perderlos de vista.

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