El 12 y 13 de febrero estuve en Piedras Negras, Coahuila; su lema es “La frontera fuerte de México”, que colinda con Eagle Pass, Texas. La primera ciudad tiene 160,000 habitantes y la segunda, 26,000. Hace años que el desarrollo de la ciudad estadounidense se estancó. Lo que percibí, escuché y vi me sorprendió.

En el primer mes del gobierno de Trump y su política contra México en esta frontera nada ha cambiado. La vida de todos los días sigue su curso sin ninguna alteración. En las fábricas y maquilas de Piedras Negras se ven colgados grandes letreros que solicitan trabajadores. Sigue llegando la inversión extranjera.

El 13 de febrero en las casas de cambio el dólar se vendía a 19.20 pesos. En los últimos años se ha construido una docena de nuevos hoteles, se han abierto plazas comerciales e instalado buenos restaurantes. Cuando la gente de Eagle Pass quiere comer o cenar bien se cruza a Piedras Negras.

Los estadounidenses vienen a la ciudad mexicana a servicios médicos. Hay una conocida clínica, construye nuevas instalaciones, que realiza operaciones para combatir la obesidad. Me llama la atención los más de 300 odontólogos, muchos con especialidad, que atienden a la población local y a la estadounidense. En seis cuadras, cercanas a la línea fronteriza, hay 72 dentistas.

Aquí hace años existe un muro fronterizo. Las autoridades de la ciudad no piensan que se vaya a construir otro, pero si se hace, nada cambia. El año pasado por esta frontera fueron deportados 6,500 mexicanos, que son 18 al día. Fue el año con menores deportaciones en la época del presidente Obama.

En Piedras Negras hay dos o tres buenos colegios que son bilingües, pero hay familias que prefieren que sus hijos aprendan inglés en escuelas de religiosas católicas que están en Eagle Pass. Todos los días en la mañana un grupo de madres cruza la frontera para dejar a sus hijos y en la tarde de nuevo, para recogerlos.

La relación entre el alcalde de Piedras Negras, hablé con él, y el de Eagle Pass son buenas y también con el alcalde del condado. En distintas ceremonias cívicas se acompañan los alcaldes de uno y otro lado de la frontera. Días atrás se encontraron porque el alcalde del condado vino a Piedras Negras, con su hijo, a una pelea de boxeo.

Pude hablar con el gobernador de Coahuila y con empresarios locales. Son conscientes de que puede haber problemas por la nueva política del presidente Trump hacia México, pero hasta el momento ven que la relación, por la vía de los hechos, sigue igual. Uno de los años del presidente Obama por esta frontera fueron deportados 60,000 mexicanos. Ahora no vislumbran esta posibilidad.

Cuando veía la actitud de tranquilidad de las autoridades del estado, de la ciudad y también de los empresarios, bien distinta a la que impera en la Ciudad de México, se me plantearon algunas preguntas: ¿son ingenuos e inconscientes los ciudadanos y las autoridades de Piedras Negras? ¿Su condición de frontera les hace ver las cosas de otra manera? ¿Saben que la dependencia de uno y otro lodo está más allá de cualquier discurso? Ya se verá. Por lo pronto las autoridades de las dos fronteras y también la ciudadanía están tranquilos: son buenos vecinos.

Twitter: @RubenAguilar

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