Búfalos, jirafas, cebras y antílopes de todos los tamaños aguardan su nuevo destino en los establos, donde potenciales compradores les examinan el cuerpo, el color y los cuernos a través de rendijas abiertas en la madera.
Acabada una de las tradicionales subastas que se celebran en Sudáfrica, algunos serán piezas de caza para quienes estén dispuestos a pagar miles de euros por matar al animal y quedarse su cabeza disecada como trofeo.
Los mejores ejemplares se dedicarán a la cría, cruzándose con animales del sexo opuesto para mejorar la genética de la fauna y ofrecer con el tiempo piezas más atractivas en esta actividad que genera beneficios anuales de 75 millones de euros y da empleo a 70 mil personas en el país austral.
Mantener a los mejores animales fuera del mercado de la caza permite que características demandadas por los cazadores -como el mayor tamaño o los cuernos más largos- se perpetúen y multipliquen.
“En vez de ofrecerlos para caza, dejan que los animales grandes cubran a algunas hembras, que serán vendidas preñadas en las subastas a otros propietarios que tengan un macho grande”, explica a EFE Chere du Toit, fundadora de Wildlife Auctions, una de las mayores empresas de subastas del país.
“De esta forma los buenos genes se propagan a través de muchas reservas”, señala Du Toit en la sede de la empresa en Vaalwater, minutos antes de que comience una de las primeras subastas de animales salvajes de la temporada, cuya apertura coincide con el ocaso del verano austral.
Los animales han sido trasladados hasta allí en camiones desde reservas gubernamentales o privadas, después de un cuidadoso proceso de selección y captura en el que se tienen en cuenta factores como el calor, el equilibrio de las poblaciones y los ciclos de reproducción de las especies.
Quienes pujarán por los animales regresan de ver el género en los establos, y se sientan en la media luna que forman las sillas frente a la tribuna en que oficiará el subastador.
Los animales han sido cazados con el método de “captura masiva”, que consiste en desplegar en el campo kilómetros de redes de un color verde que se confunde con la vegetación y, con un helicóptero provisto de una sirena, dirigirlos hacia el vértice formado por las rafias.
Una vez dentro de los confines de la tela, el personal de la reserva cierra las redes detrás de las bestias, que quedan rodeadas y se cargan en camiones.
El subastador abre con el primero de los 114 lotes de animales que se ponen a la venta en Vaalwater. Los compradores -en la sala o a través de internet- pujan por un animal solo o por grupos de hasta diez.
Una mayor longitud de los cuernos o un cromatismo excepcional convierten al animal en una pieza más codiciada.
Por un ñu dorado se pagan unos 6 mil euros. Un kudu se adjudica por más de 800 y un lote de tres hembras de esta clase de antílope se vende por 300. Los impalas negros, poco comunes por su color de piel, cambian de dueño por mas de 700 cada uno.
El precio más alto, unos 6 mil 200 euros, se paga por un búfalo, aunque en la primera subasta del año Wildlife Auctions vendió un ejemplar de la misma especie por casi 30 mil y un antílope sable -uno de los animales más preciados- por más de 200 mil euros.
Al final de la subasta, los compradores los cargan en camiones y los llevan a sus reservas.
“Hemos comprado cuatro hembras de antílope, algunas hembras de ñu y dos ñus dorados, también hembras, por los que hemos pagado en total 15 mil euros”, dice a Efe, mientras carga sus animales, François Smalberger, que tiene una reserva dedicada a la cría y a la caza.