Cuando niños, nuestros padres encontraban inconcebible el aburrimiento. Durante generaciones, ningún infante pudo declarar apatía de espíritu sin recibir la misma respuesta: “limpia tu cuarto”, “lee un libro”, “¿ya hiciste la tarea?”.
Pero a algunos quizás nunca les caló la respuesta, o tal vez simplemente no la recibieron lo suficiente. Como resultado, viven vidas completa y tristemente improductivas: en el mejor de los casos trabajan, ganan dinero, lo invierten en los gastos necesarios y hecho esto, listo. No hay otro interés que motive sus existencias o que llene los ratos de ocio, como no sea la televisión.
Hace unos días observaba a una criatura hecha ovillo, con la mirada fija en la televisión. Llevaba horas así, a la espera de que el tiempo pasase para que su postura cambiara de vertical a horizontal. Al final del día cerraría los ojos con los recuerdos de la Semana Santa televisada, con los de algún video musical visto, con los de alguna conversación ocasional.
El tiempo libre es un enemigo terrible cuando se desperdicia. Un día más había transcurrido sin que esta persona aprendiera una nueva palabra, leyera una página, sin que hubiera descubierto algo más. Sin que al menos hubiera visto una película o de perdis una serie de esas que como mínimo te dejan asombrado, conjeturando acerca de lo fantástico, lo sobrenatural o lo imposible. Porque al menos las historias de los otros activan el botón de la imaginación y la empatía.
Las excusas sobraban: ya había hecho esto y lo otro, acciones mínimas que le permitían otro día de supervivencia en la comodidad de la cobija. Pero es que hasta un pájaro enjaulado habría cantado alguna vez durante el día…
El problema con la inactividad es que la improductividad no solo es física, sino también espiritual. El cuerpo permanece estático, pero la mente se oxida más rápido cuando vive sin la emoción de la expectación, el conocimiento recién adquirido o cuando nunca disfruta la satisfacción de haber creado algo bello.
Cuando niños era fácil caer en la tentación del aburrimiento. A muchos les faltaban los libros y entonces aún no sabían que un día tendrían en la palma de su mano la posibilidad de estar conectados con el mundo y con sus conocimientos y creaciones. Pero hoy en día tenemos la posibilidad leer a los clásicos, de ponernos en forma, incluso de aprender un idioma desde la comodidad de nuestros teléfonos… y sí, también desde nuestras cobijas. No hay pretextos.
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