Como cada año desde 1922, en México celebramos el Día de la Madre, con todo lo que implica la figura materna en el ámbito de nuestra cultura nacional y racial (indígena y mestiza).
La abnegada madrecita, la cabecita blanca, la víctima de nuestras ingratitudes fue una imagen creada desde el imaginario colectivo, que contó con la complicidad de las películas de la época de oro del cine nacional, en las que relumbraban atrás de sus lágrimas perfectas doña Sara García -la abuelita de México, y con eso la madrecita de todos-, doña Prudencia Griffel y luego algunas actrices que se fueron volviendo maduras (no hay mujeres viejas), como Marga López, Maricruz Olivier, Isela Vega.
Esa imagen materna pervivía también en canciones y poemas cursis (“Por la anciana infeliz que sufre y llora/ y que del cielo implora/ que vuelva yo muy pronto a estar con ella”, del Brindis del bohemio de Guillermo Aguirre y Fierro; “los dos, un alma sola,/ los dos, un solo pecho,/ y en medio de nosotros/ ¡mi madre como un Dios!”, del Nocturno a Rosario de Manuel Acuña; el Amor eterno del llorado Juan Gabriel) se fue consolidando en la historia del siglo XX y llegó hasta sus finales intacta, bendecida un día al año, homenajeada por artistas y creadores, por empresarios y productores.
La madre, núcleo fundamental de la familia, que a su vez era el núcleo fundamental de la sociedad: la madre: núcleo nuclear, si me permiten. Y así funcionaba en las grandes decisiones familiares. Y así funcionaba en la celebración del 10 de mayo.
Pero llegó el siglo XXI, llegaron las redes, llegó la descomposición de “esa” familia tradicional, que se fragmentó en una serie de versiones de familias.
El martes pasado -como lo hacemos todos los martes a las 11 de la noche en TVMás, 26.1 del espectro abierto digital- en el programa REvisiones en el que participamos varios periodistas, Rafael Pérez Cárdenas comentaba que los investigadores sociales reconocen en la actualidad muchos tipos de familias diferentes, que se suman a la familia histórica conformada por un padre proveedor, una madre pendiente del hogar y sus hijos.
Veamos algunas variantes: la de la madre soltera, la del padre soltero, la de la madre jefa de familia (aunque haya un padre presente), la de madre y padre que trabajan, la de padres divorciados anteriormente que aportan cada uno sus hijos, la de dos padres del mismo sexo.
Así que la madrecita aquélla a la que le cantaron los poetas y los músicos ha cedido el paso a un abanico de madres que deben ser celebradas de distinta manera. El tradicional asueto del 10 de mayo para las madres hogareñas pasó a mejor vida porque ya la mayoría de las mujeres tiene un trabajo. Asueto se los dan en su chamba, por cierto, como una remembranza de los tiempos perdidos.
Celebremos en su día a la madre, pero definamos antes a qué tipo de madre estamos celebrando en cada casa, porque ahora las hay distintas y diferentes (que no es lo mismo).
Sí persiste naturalmente la función de la madre como la generadora de la vida. Esa conmemoración no tiene pierde, y por eso muchos recordamos con tanta gratitud a nuestra progenitora, lo que no siempre sucede.
En mi caso, también debo reconocer que me tocó como compañera de vida la mejor madre del mundo, y eso no lo digo yo, sino mis hijos.
Por eso, felicidades mil, Elsa. Hic et nunc.
Y a todas las madres del mundo… de todos los tipos.
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