*Las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente, sólo algo vivo puede ir contracorriente. Camelot

VISTO EN LAS REDES SOCIALES

Con el asunto del grito que la FIFA llama homofóbico, y que esa mafia siciliana con sede en Suiza, tiene amenazada a toda una nación y a toda una selección y a los colegas mafiosos de la Federación Mexicana de Futbol, donde reina el Capo Alphonso Decio de María Capone, de que si siguen insistiendo en ese grito, les sacarán tarjeta roja a todos, incluidos los dueños del futbol mexicano, o sea, Televisa y TV Azteca, circula en la red este texto: “Puto no es referencia a homosexual, viene del Náhuatl ‘Putotzin’, que significa: ‘Ojalá despejes horrible’. Asunto solucionado.

AQUELLA HISTORIA

Cierto día, el candidato Miguel Alemán Valdés, en campaña pisó estas tierras de las altas montañas. Para los que son de OV 7 para acá, debo decirles que antes las campañas presidenciales se hacían por todo un año. En burro, a pie, en bus, bicicleta, nadando, cruzando ríos en barcazas o lanchas pesqueras o en cayucos, la mayoría en tren ferroviario, porque los aviones aún no llegaban. Se usaba el tren del gerente de los Ferrocarriles Nacionales de México, que era bello, lujoso y perrón.

Con Echeverría ya se tomaron los pájaros de acero y en el norte del estado de Veracruz hubo un accidente que costó la vida a reporteros y periodistas. Lamentable accidente.

Cuando Miguel Alemán Valdés estaba en Orizaba, pues aquí estudió un pequeño tiempo, de lejos un amigo de esa escuela le gritó: “Miguel, Miguel, soy yo, el Chompiras”.

El Chompiras debió haber sido el desmadroso del grupo. El amigo de los amigos.

El presidente rompió fila, se despojó de su sombrero Tardán y con esa sonrisa Colgate, que cautivaba, le abrazó.

“Quiobo mi Chompiras”, habrá dicho.

Le entregó una tarjeta y le dijo le buscara cuando fuera presidente, que eso debía ocurrir solo pasando el tiempo de la campaña, porque eran los tiempos que se arrasaba todo.

Chompiras partió pocos meses después de que el poderoso hombre se sentó en la silla presidencial.

Lo buscó en Palacio Nacional. Allí se estilaba ver el poder en todo su esplendor.

Tomó un ADO, de esos que partían por la noche y llegaban por la mañana. No existía la mugre autopista de Capufe, todo era por la vieja carretera, por el viejo camino a las Cumbres de Acultzingo y lugares aledaños,

O el tren Jarocho, con dormidor y comedor, que llegaba a Buenavista bien temprano.

Con la tarjeta presidencial, Chompiras cumplió su cometido. Un ujier le hizo atravesar esa barrera a veces infranqueable.

Antes, cuando pasó por Bellas Artes se persignó pensando fuera un templo como los que veía en las postales del Vaticano. Buscó la Avenida Juárez y se fue por el Centro Histórico en ese recorrido que era como el Camino de Santiago, si todos los caminos conducen a Roma, en México todos los caminos conducían a Palacio o a Los Pinos.

Cuando regresó, dos días después, los amigos del café le inquietaron:

-¿Cómo te fue?

-“Muy mal”, respondió Chompiras.

-“El presidente me ofreció trabajo. Eso no es para mí. Yo no quería trabajo, quería una pinche aviaduría”.

Fin de la historia.

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