La alternancia veracruzana como proceso auténtico ha traído una ya extendida etapa de incertidumbre, giros y ajustes en la conducta de los actores públicos, es decir, políticos, analistas, periodistas y demás. Mientras que el nuevo gobierno todavía no consolida formas propias, concentrado en resolver el desastre heredado, siguen pesando las inercias del pasado e influyendo las añejas costumbres y estilos en opiniones y comportamientos de una variedad de personas. Si solo nos basáramos en el llamado círculo rojo, concentrado en las redes sociales, podríamos suponer que vivimos en el caos y en una entidad desfalleciente.

En esta coyuntura, hay que aprenderlo, se requiere un gran esfuerzo reflexivo con su agregado de buena fe para entender el papel que se debe asumir. Hay quienes creen que deben oponerse a todo, sin atenuantes ni concesiones; como también hay aquellos que defienden acríticamente las posturas oficiales. Nunca he sido partidario de las posiciones del todo mal o todo bien, más bien creo en los matices y lo relativo de opiniones y hechos. Para comprender nuestro momento y aportar algo positivo a la vida pública veracruzana, tendremos que hacer un esfuerzo de mesura y minimizar los intereses grupales para los plazos inmediatos.

La alternancia llegó para quedarse, hoy se dio en un sentido, mañana puede ser en otro; dependerá de los resultados y coyunturas nacionales, así como procesos de posicionamiento municipal de los partidos. La oposición de hoy puede reinventarse si tiene la sensibilidad y el talento, mientras que la coalición gobernante podrá continuar en el gobierno si resuelve algunos de los problemas más sentidos en Veracruz. Hay otras fuerzas políticas que cumplen algún papel en nuestra vida pública, algunas con presencia fuerte; lo mas sano es la pluralidad política, los contrapesos y las ideas amplias. El Veracruz de hoy no cabe en una sigla ni se puede ajustar a la camisa de fuerza que representaría una visión exclusiva sobre nuestra realidad.

No es fácil desde luego, arrastramos una cultura facciosa y de confrontación, pero más nos vale, por interés general, abordar con sensatez nuestras diferencias, las reales, para construir un piso común de convivencia y rumbo. No todo es lo electoral, ni siglas, lo que más cuenta es lo común: seguridad, reactivación económica, legalidad, estado de derecho y medio ambiente, entre otros aspectos claves de nuestra vida en sociedad. Hay que atender eso desde la política partidista, sin omitir la importancia de los líderes de opinión. Es asunto de todos acabar con la violencia y asegurarnos que las instituciones funcionen. No hay beneficio para nadie, es engañoso, el fracaso de los otros. Apostar a la derrota del contrario es una postura mezquina y mediocre.

La polarización y el maniqueísmo nubla el pensamiento, aísla la reflexión y omite lo importante; el alineamiento con posiciones extremas borra los matices y lleva por inercia hacia posturas de confrontación. Sin obviar lo complicado que puede resultar buscar alternativas, quitarse los guantes y abrir espacios de reflexión, no hay de otra: nos serenamos, sin renunciar a las posturas propias, y anteponemos a Veracruz sobre agendas particulares. La crítica, dudas e inconformidad ciudadanas son sanas, normales y apoyables; es obligación de las autoridades escucharlos y actuar en consecuencia. La opinión de los analistas debe ser más rigurosa y de aportación constructiva.

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Recadito: Indigno el trato xenófobo de sindicalistas y medios al caso del Director de Educación Indígena.