La globalización económica y el comercio digital han traído grandes beneficios a países, empresas y personas. Actualmente, podemos comprar por internet casi cualquier cosa, a cualquier hora, en cualquier lugar, y pagarlo con múltiples opciones de banca electrónica. Sin embargo, esta nueva era digital trae consigo sus propias letras diminutas: el fraude bancario y el robo de identidad.

Con la aparición de nuevas tecnologías el robo de identidad se ha convertido en la modalidad delictiva que más ha crecido en los últimos años. Los fraudes en contra de los clientes de la banca son cada vez más complejos y sofisticados, ya que se cometen por medios electrónicos principalmente.

Este problema afecta al sistema financiero en su conjunto e inhibe el desarrollo de la banca electrónica. Así, lo mismo hemos escuchado que algunos de los bancos más importantes de todo el mundo han sido defraudados por hackers cibernéticos, que cualquier ciudadano común de nuestro país ha sido víctima de la clonación de su tarjeta bancaria. A nueve de cada diez mexicanos nos preocupa ser víctimas de un fraude electrónico.

No es un problema fácil de resolver. Tras de sí está la presencia de una serie de conductas delictivas individuales –lo que ha motivado una serie de reformas a la legislación en materia financiera-, pero al mismo tiempo, se trata de acciones colectivas que rebasan las fronteras de los países y se convierten en un verdadero reto para el sistema financiero global.

Los datos que hoy tenemos en México nos muestran un problema complejo que no podemos ignorar: En abril pasado, la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef) nos informó que el número de casos de posible fraude se elevó de 4 millones 23 mil en 2015 a 5 millones 376 mil en 2016.

Esto ha generado un gran conflicto entre los bancos y sus clientes. Tan solo el año pasado, los usuarios presentaron más de 7.2 millones de quejas en reclamo de poco más de 21 mil millones de pesos. Éstas quejas se refieren principalmente a cargos no reconocidos en consumos que no realizaron, por cheques mal negociados, retiros no reconocidos, suplantación de identidad, y transferencias no reconocidas, entre otras. Ésta es la octava cifra más alta en todo el mundo.

En cuanto al robo de identidad, en 2016 se registraron 78 mil 788 posibles casos. Ésta cifra, según la misma institución, disminuyó con respecto al año anterior, cuando se reportaron poco más de 100 mil casos, pero su número casi duplica la cifra de 2012. Esto refleja que el gobierno y el sistema bancario han tomado medidas adecuadas pero no suficientes para prevenir y sancionar estos delitos.

Los expertos aseguran que el robo de identidad se realiza en dos pasos: alguien roba la información personal de la víctima y posteriormente, los delincuentes usan esa información para hacerse pasar por las persona y cometer los fraudes. A esto también se le conoce como suplantación de identidad.

Según la “Guía para Prevenir el robo de identidad” del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), hay tres tipos de métodos comunes para el robo de identidad: aquellos que se realizan de forma tradicional, sin acceso a internet; los que sin acceso a internet se apoyan de alguna herramienta tecnológica; y, finalmente, los que se realizan con acceso a internet.

Por supuesto que la solución no se encuentra en inhibir el uso del internet. México vive hoy un gran crecimiento económico y comercial gracias a éstas herramientas y eso ha impulsado a empresas y particulares, abriendo sus fronteras y capitalizando el valor de los productos nacionales.

Basta decir que tan solo el año pasado se realizaron 83.16 millones de compras con tarjeta en comercio electrónico en México, más del doble respecto a las 38 millones del año anterior. La propia Condusef informó que el monto de las compras por Internet pasó de 52 mil millones en 2015 a 78 mil millones de pesos al año siguientes,
lo que significa un incremento de 50 por ciento.

Sabemos que no bastan leyes más duras en el castigo de quienes cometen fraudes bancarios o robo de identidad; hace falta que los bancos fortalezcan sus sistemas electrónicos de seguridad y una mayor cultura por parte de los usuarios de la banca. La moraleja no puede ser más clara; Debemos no sólo administrar de la mejor manera nuestras finanzas personales sino que, además, debemos evitar que la modernidad y las nuevas tecnologías sean utilizadas en contra de nuestra economía.

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