Hace tres años un agente federal le pegó un tiro en el pecho a la abuela Tomasa cuando corríamos buscando refugio. Era el año de 1930, año en que el país despertaba de un aletargamiento. Huíamos despavoridos de los federales que buscaban al tío Liborio Cinta. Escondidos tras un muro de piedra que formaba la barda del solar, pudimos ver a dos federales que a gritos increpaban a la abuela Tomasa acicateando a sus monturas para encabritarlas. Los caballos de los federales, un alazán carablanca y un negro azabache brillante, resoplaban sacando humo y baba por hocico y nariz debido quizás al calor del cuerpo por el esfuerzo de la subida y el contraste del frío de la montaña. Jinetes y caballos se veían nerviosos, el caballo negro golpeaba con sus patas delanteras las piedras sacando chispas y lajas con sus herraduras. Los movimientos violentos de jinetes y caballos parecían tener prisa para localizar al tío Liborio y por eso ofendían a la abuela Tomasa con sandeces y vituperios impropios. Nosotros permanecíamos en silencio respirando por la boca para contener los pechos agitados por la incertidumbre. La abuela Tomasa se veía serena, en ningún momento mostró miedo. Tomó la palabra la persona que tal vez era el jefe de la misión y le preguntó a la abuela Tomasa por Liborio Cinta. Al parecer el resto de los federales buscaban al tío Liborio por las calles y casas del pueblo. ¿Dónde está Liborio Cinta, señora?, preguntó con prepotencia el federal. No lo sé, si no lo ve es que no está, contestó la abuela. No juegue conmigo señora, respondió molesto el federal, venimos por él con una orden del gobierno para llevarlo ante la justicia por invadir las tierras de don Mereciano. Señor autoridad, esta tierra es del pueblo, contestó la abuela, aquí nadie se roba lo suyo, son tierras comunales que tenemos en posesión hace doscientos años; cuando llegó don Mereciano venía en pelotas, nosotros le dimos cobijo y trabajo para que sostuviera a su familia, pero después como el sapo: ensanchó sus dominios, y se sabe que le llevó al jefe agrario un cofrecito lleno de monedas de oro, por eso es que juntos urdieron corromper lo sagrado de la tierra a través de un cartón que llaman título agrario; ¿no le parece a usted oficial que los “denarios” recibidos por la autoridad agraria están infestados de porquería?, don Mereciano es un Judas advenedizo en este pueblo de paz; don Mereciano ha robado ganado, se ha robado a las doncellas del pueblo, mandó a matar a Chano y a Elías porque no le entregaban sus parcelas, y un día de estos lo vamos a colgar en el “cirgüelo”, concluyó la abuela. Eso ustedes ya no lo verán, porque traigo ordenes de llevarme a Liborio Cinta vivo o muerto, dijo el federal. ¡El que no lo verá es usted!, gritó Liborio Cinta desde la ventana del granero disparando el máuser a los dos federales. En la otra ventana, el “Pitayo”, hacía lo propio con otra arma. De la metralla salía fuego expósito que de inmediato tumbó a jinetes y caballos. Se encabritaban los caballos, relinchaban horrible, los caballos llevaban en los ojos la muerte reflejada, mientras los jinetes caían al suelo en el último aliento de vida. La abuela Tomasa, al intentar huir de la balacera, recibió un disparo del federal y cayó fulminada como aquel rayo que mató a Praxedis el año pasado. Bajaron el tío Liborio y el “Pitayo” del tapanco para auxiliar a la abuela que “muerta”, todavía respiraba. Liborio le pegó un último tiro a uno de los federales que aún se movía. Salimos del escondite con los ojos descuadrados por el espanto y ayudamos al tío Liborio para meter a la abuela a su cama. De inmediato el Tío Liborio nos dio ordenes: unos fuimos a traer la gente del campo, otros nos fuimos por la bruja Adela para que curara a la abuela Tomasa, otros pusimos agua a hervir en una lata. La curandera sacó la bala y se oyó cuando el metal cayó sobre el lebrillo. La abuela se salvó, los cadáveres fueron a la tierra, los caballos a la zopilotera, y de eso que vimos quizás algunos somos azucarados. Reunida la gente del pueblo, se explicó a la columna volante lo que había pasado. Venimos porque dijo el jefe, pero ya sabíamos que esto estaba mal, la justicia es justicia, dijo el encargado del grupo. Gracias Zazil. Doy fe.