El próximo 20 de julio, el presidente número 45 de los Estados Unidos, Donald John Trump, cumplirá 6 meses de haber tomado posesión de la primera magistratura más poderosa sobre la faz de la Tierra. Contra todos los pronósticos, este hombre, inenarrable, venció a su contrincante por el partido Demócrata, Hillary Rodman Clinton, que si bien no era una amplia favorita, se confiaba en que finalmente venciera al magnate por su mayor experiencia, trayectoria y preparación.
Lo que vimos después ya todos los conocemos, finalmente Trump se alzó con la victoria, venciendo de manera muy cerrada a la Clinton gracias a las vicisitudes de un vetusto e imperfecto sistema electoral que le otorga la victoria no a quien gana el voto popular, el nominal pues, sino a quien gana el colegio electoral. Total, que la cosa es que tenemos en la presidencia de los Estados Unidos a un tipo que le ha quitado lustre al cargo, que lo ha depauperado, que lo ha vulgarizado y, lo que me parece que es lo peor, lo ha ridiculizado, no se le puede tomar en serio a un tipo así, poco capacitado “mental” y profesionalmente para desempeñar esa alta investidura, rústico, vulgar, trivial y superficial.
Aunque en lo personal veía muy remota la posibilidad de su triunfo, del republicano, tampoco lo descartaba. Pero la realidad de un sistema electoral caduco y anacrónico –está bien como para el siglo XIX- me tapó la boca. El triunfo de Trump, aunque es una realidad, me es difícil aceptarlo, todos los días me levanto y como que no lo puedo creer. No es una cosa que me quite el sueño, ni que me mantenga preocupado, pero los Estados Unidos me defraudaron, esa sociedad del conocimiento, que todos los días está generando cosas nuevas, innovadoras, que están a la cabeza en tecnologías de la información, que inventaron las computadoras, el internet, que a finales de los años 60 fueron capaces de poner un pie en la Luna y que durante la década de los 70 no se cansaron de seguir explorando al satélite y que, bueno, hasta un vehículo lunar llevaron para explorarla mejor.
Pues esa sociedad del conocimiento fue incapaz de detener el asalto al poder de un hombre como Trump que ha hecho hasta lo imposible para quitarle todo el brillo, ese hálito de grandiosidad de que está dotada la presidencia del otrora imperio. Mire, ser alguien que reconoce esa realidad indiscutible que ha hecho de los Estados Unidos el país más poderoso sobre la Tierra, me ha traído muchos problemas, ya sabe usted, el adjetivo más leve que me han endilgado quienes difieren de mi percepción, es de que soy un ‘pro yankee’, y bueno, hay que aguantar, rebatir y debatir con argumentos, con ideas, con datos. Sobradas razones tengo para sostenerme en lo dicho y que trataré en otra próxima entrega.
Trump es, para decirlo pronto, un imbécil que se aprovechó del descontento que hay de vastos sectores de la población en contra del establishment en los USA. Capitalizó esa insatisfacción, fue un poco como lo que le pasó a México con Fox. Hicieron ambos de la rusticidad un discurso que casó con buena parte de la población, pero en nuestro país a lo mejor eso puede tener una explicación, pero en el vecino del norte es difícil que un discurso así haya calado. Trump está ocupando la silla en la que otrora estuvieron gentes de la talla de George Washington, Thomas Jefferson, James Madison, ¡el que concibió el federalismo como una forma de organización de Estado!, Abraham Lincoln, Woodrow Wilson, de los padres de la administración pública moderna, Franklin D. Roosevelt, Eisenhower, Kennedy, Clinton y Obama, tipos brillantes, históricos.
Todo en la presidencia de aquel país es grandioso. Desde el Force One, el Boing con los sistemas más avanzados inclusive para la autodefensa, que se puede convertir en una especie de Casa Blanca aérea, o qué me puede decir de la ‘bestia’, la limusina capaz de resistir los embates de un misil de cierta potencia, que pesa tanto y tan desproporcionadamente, que es capaz de cimbrar a su paso al pavimento de concreto hidráulico más fregón. Es una auténtica bestia rodante que cuenta hasta con no sé cuántas unidades de sangre, perfectamente refrigeradas, del tipo sanguíneo del presidente no más por lo que se pudiera ofrecer para transfundirlo de inmediato y para mantenerlo con vida.
Los presidentes de los EUA, salvo algunas, muy pocas excepciones han sido unos verdaderos estadistas, que han sabido comportarse a la altura de las circunstancias, bueno pues hasta el carismático Ronald Reagan, con todo y que no tenía la preparación para el cargo, tenía un equipo de asesores de primer orden. Y es que no estamos hablando de cualquiera, estamos hablando de un hombre que tiene bajo su mando al ejército más poderoso sobre la faz de la Tierra, que tiene a su cargo el resguardo de los códigos nucleares capaz de detonar una conflagración mundial de proporciones solo vistas en películas de ciencia ficción; estamos hablando de un hombre del cual dependen los equilibrios geopolíticos mundiales y la buena marcha de todo el orbe.
La interrogante que mucha gente en el mundo nos hacemos: ¿terminará su mandato este fantoche?