Nuestra vida pública política tiene mucho de inercial, se da casi igual con o sin nosotros, se repite al infinito y se encierra en un círculo vicioso. Los personajes y discursos son repetitivos con tendencia polarizante, dejando para después las razones y los rumbos renovadores. La vida pública en general es sana y amplia, ahí hay deporte, arte, educación y redes comunitarias; el déficit radica en legalidad y democracia, dejando en manos de unos cuantos las desiciones fundamentales sobre la colectividad.

En descargo de los actores políticos de nuestro país hay que señalar que en la parte latina de nuestro continente la realidad política no es muy distinta, qué abundan las democracias de fachada y la fusión abierta de asuntos públicos con intereses privados. No es consuelo algo así pero permite tener un contexto y la perspectiva. Mucho de lo que hace falta fuera igual nos vendría a mejorar las condiciones de convivencia social y eficacia gubernamental. Más derechos a la gente, transparencia y austeridad de las autoridades, información y sufragio libres, ciudadania plena y total inclusión social son indispensables para esta etapa en la vida de nuestra sociedad.

Los líderes, hay que volver sobre ellos una y otra vez, tienen una gran responsabilidad desde la palabra pero sobre todo en las medidas que toman para atender sus responsabilidades legislativas y ejecutivas; no tiene sentido que llenen de paja sucia los espacios públicos y que se queden en la defensa de sus pequeños privilegios, que insistan en verse tan chiquitos frente al espejo de sus obligaciones. No se representan a si mismos, fueron mandatarios por el sufragio popular para cumplir correctamente con ciertos encargos y juraron solemnemente ante la Constitución. La política debe ser reservada para los mejores ciudadanos, los más preparados y honorables.

Aunque valen más los hechos también en la palabra hay mensajes claves a la hora de explicar, orientar y convocar a la gente. Puede haber argumentos u ocurrencias, opiniones o desahogos, seriedad o especulaciones, verdad o posverdad, conciliación o enfrentamientos, mitos y realidades, razones o demagogia, etc.. En esas posibilidades se mueven los líderes políticos, con una gran responsabilidad en lo que digan; pueden ayudar a lo mejor o reforzar lo peor de nuestra vida pública. No es problema de colores partidista, la pluralidad se respeta y es indispensable, es la circunstancia que coloca a personas concretas ante una realidad donde tienen que decidir avances o retrocesos, nombramientos y la ruta inmediata que los premia con continuidad o los castiga con la marginación.

Sin afirmar su desaparición si se puede considerar que no estamos en México ante un debate ideológico; hay confrontaciones de estilos y nombres, de algunas propuestas, de colores que dicen poco y en la apuesta a la fe. Hay liderazgos que presentan algunas ideas elevándolas, quieran o no, a una especie de doctrina; pero eso no es ideología ni garantiza controles y contrapesos. Finalmente el factor determinante, implantado históricamente, es la condición humana pero más su nivel cualitativo. Es el líder, con su fuerza y voluntad, quien marca el ritmo y alcance de un proceso social y político. Incluso, una pareja o esposa puede llegar a ser más influyente que los ministros y los legisladores; tenemos el ejemplo de las mujeres de Victoriano Huerta, Augusto Pinochet, Vicente Fox, etc., quienes sin cargo alguno tomaron desiciones de Estado y empujaron a sus cónyuges a definirse contra la legalidad o la esperanza de cambio.

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