Nunca me he cubierto los ojos o me he tapado los oídos como para no ver cosas desagradables o para no escuchar malas, palabrotas o vulgaridades. Ya nada me espanta ni me asombra –aunque no he perdido, por pura salubridad mental, la capacidad de asombro-, es más, y tómelo como una confesión de parte, las malas palabras forman parte de mi vocabulario habitual, inclusive las altisonancias, pero pocas, muy pocas, escasas veces diría, me permito expresar algún tipo de vulgaridad.
Rechazo el morbo, cuando veo un accidente en carretera, he visto algunos, me detengo a cierta distancia, prudente digamos, para ver si puedo auxiliar de alguna manera, pero jamás me asomo al interior de un vehículo accidentado para ver a los heridos, cuanti más si el sentido común me dice que pudiera haber personas fallecidas como producto del percance automovilístico. Tengo muchas cosas que me enseñaron en casa como patrones y reglas de conducta desde la infancia: “como te ven, te tratan”, “lo cortés no quita lo valiente”, “la educación ante todo”, “a las niñas, respeto ante todo”, etcétera, por supuesto no me chupo el dedo ni me tomen por pusilánime, cuando no queda otra más que responder, ¡pues respondo!
Lo que quiero decir con todo lo anterior, es que hay ciertas reglas de conducta en todo lo que hace uno que son ineludibles. El lema de un célebre periódico estadounidense, me parece que el del The New York Times, expresa en ese enunciado la aspiración o ideal periodístico: “Todo es publicable mientras no dañe la moral pública y el prestigio (infundado) de terceros”, y a Marcelino Perelló, lúcido, brillante, inteligente, provocador casi siempre, agitador social, irreverente, revolucionario y el adjetivo que usted quiera darle, se le puede permitir todo, pero creo que la libertad de expresión tiene límites, y estos son el mal gusto, el morbo y las vulgaridades. Ahora, eso no quiere decir que no se puedan decir públicamente o como en este caso, en un programa radial como ocurrió hace unos meses en Radio UNAM en el programa que en ese entonces conducía Perelló, ‘Sentido contrario’, en donde se permitió una serie de expresiones muy desafortunadas en relación a una violación sexual a una mujer, va un extracto: “No te hagas pendeja, si les gusta…” –se escuchan risas- y continua con su diatriba: “Bueno, a ti tal vez no, pero muchas mujeres conocen el orgasmo sólo cuando las violan… porque las libera del pecado original”.
No me sumé en ese momento al linchamiento público que ciertamente –y tal vez justificadamente- se dio con su persona, pero sí lo critiqué, para todo hay lugar y momento, y una estación radial que pertenece a la Universidad Nacional, me parece, no es el foro adecuado. Lamento la muerte prematura de Marcelino, porque nunca sobra la irreverencia e inclusive una personalidad como la de él, desgobernada e ingobernable, grosera y contestataria. Siempre hace falta alguien así en un ambiente político y social como el del México actual, es una especie como de conciencia que nos hace ver un espectro de las cosas poco convencional –soy enemigo de las convenciones y de las unanimidades-.
Por último recomiendo que lean el artículo de su autoría que publicó el diario Milenio hace unos días sobre el monje italiano Giordano Bruno, inmejorable por brillante: http://www.milenio.com/firmas/marcelino_perello/giordano-convicciones-pasion-quemado_vivo-verdad-texto_inedito-milenio_18_1008079189.html
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