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Excélsior

El descubrimiento de las propiedades estimulantes del café se lo adjudican diversas naciones árabes como lo son Etiopía y Yemen. Quizá el mito más conocido sobre su invención es la legendaria anécdota del pastor Kaldi quien, una tarde cuando perseguía a sus cabras en el campo, vio como estas se acercaban a una planta silvestre y engullían sus frutos rojizos. Más tarde, por la noche, el musulmán se percató de un cambio significativo en la conducta de sus carneros que se mostraban inquietos y sin intención alguna de dormir.

A la mañana siguiente el pastor fue intrigado a recoger los frutos de la planta silvestre, los llevó a su casa y sentado frente a la hoguera se los llevó a la boca esperando percibir al momento sus efectos; tuvo una gran decepción pues no sintió un cambio instantáneo en su persona, ni siquiera el sabor le pareció apetitoso. Enfadado, escupió las semillas al fuego y se dispuso a dormir sin tener éxito, quizá fueron los efectos frutales que por fin manifestaron sus peculiares cualidades o quizá se debiera al delicioso aroma que emanaba desde la hoguera y recorría la estancia hasta la habitación, pero el pastor no concilió el sueño y al día siguiente fascinado fue de nuevo a recoger más bayas para tostarlas en las brasas.

En un primer momento fue adoptado por los sacerdotes quienes lo cultivaron y cosecharon en los jardines y campos de los monasterio. Se volvió muy popular entre estos preparar una infusión con las semillas tostadas, una bebida sagrada consumida principalmente para soportar en vela las largas noches de oración y lectura del Corán.

Pasados los siglos el café llegó a Sudán, gracias a los viajeros nómadas que lo bebían para resistir las largas caminatas y que en cada lugar al que llegaban lo iban compartiendo con los curiosos habitantes nativos. La invasión de los turcos concibió las primeras Casas de Café que se expandieron por toda Europa Occidental durante el siglo xvii. Existen registros de las primeras tiendas de café en Venecia, alrededor del 1645 cuando las ventas ganaron popularidad entre el pueblo italiano. Se cree que fueron los holandeses y los franceses quienes trajeron las semillas moca y las bebidas cremosas por primera vez a América. En un principio las introdujeron por Surinam en 1723, después por Martinica y posteriormente en Brasil desde donde se extendió al resto del continente.

Se cuenta el mito de Mathieu du Clieu capitán de la infantería francesa en Martinica quien, alguna vez que regresaba de su país natal tuvo la ocurrencia de llevar consigo una planta cafetalera. Sin embargo, a medio camino su embarcación se vio envuelta en una tormenta marina que retrasó varios días la llegada a tierra firme y redujo de manera preocupante las reservas de agua para la tripulación, por lo que hubo que racionar estrictamente su consumo individual. El capitán estaba empañado en mantener viva la planta hasta llegar al Nuevo Continente, por lo que pasó varios días de sed compartiendo su escasa ración de agua con la planta. No obstante, ambos sobrevivieron el viaje y anclaron en la isla.

En 1795 se comienza a cultivar el café antillano en México. Algunos dicen que esta práctica nació en Córdoba, Veracruz bajo el mandato de un magnate Mexicano llamado Juan Antonio Gómez, otros tantos sostienen que fue el Español Jaime Salvet en el estado de Morelos, cerca de Cuernavaca. Sin embargo, no todo el café del país llegó por las Antillas: el que llegó al estado de Chiapas, fue traído directamente desde Guatemala, y el café michoacano llegó desde el puerto de Moka en Yemen, extendiéndose hasta Jalisco, Nayarit y Colima. En el XIX con el auge del producto arábigo, el comercio nacional se vio en la necesidad de crear un banco de semillas, favoreciendo el desarrollo del país y la industria de forma sustancial. En la actualidad México es el cuatro productor de café a nivel internacional.

Los primeros años del café a México fueron desafortunados, pues este no gozó de una fama estrepitosa, en aquel momento el país se encontraba hipnotizado por el sabor del chocolate caliente que se había arraigado en las costumbres sociales y culturales de las personas. Pero el café fue ganando terreno en este aspecto hasta que en el siglo XX se inauguró la primera cafetería en la calle de Tacuba, un recinto ubicado en centro histórico de la Ciudad de México que durante años ha brindado servicio a personajes aristocráticos de la talla de Porfirio Díaz, Agustín Lara, Diego Rivera y la novelista Guadalupe Marín, así como entre sus paredes tuvo lugar el asesinato del político Manlio Fabio Altamirano Flores.

Al Café Tacuba prosiguió la apertura de otros como El Cazador y Minerva, el Café Colón, la Paix y el Monte Carlo, que fueron puntos de reunión para las mentes más prolíficas de México, junto con otras tantas Casas de Café entre las que destacan La Mansión Dorée, Sanborns, el café París y, por supuesto, el Café la Habana ubicado en la esquina de Bucareli y Morelos, donde se reunían comúnmente los periodistas trajeados para conversar, realizar sus entrevistas y donde también, según se dice, se reunieron Fidel Castro y Ernesto «Che» Guevara para gestar la revolución cubana.

Junto a esta moda llegaron las ‘Cafeterías chinas’ generalmente más pequeñas, donde el café era servido con un poco de leche y pan dulce, un ejemplo famoso fue El Gato Negro, que después pasó a pertenecer a una familia México-española que lo renombró “El Cordobés”.

En la actualidad a pesar de que las cafeterías siguen siendo esencialmente establecimientos de charlas largas con los amigos y chorchas de domingo con la familia, las empresas que ahora los dirigen han dejado de ser familiares y se han convertido en franquicias nacionales e internacionales. Algunos alegan que hoy en día el café es más dulce y que los recintos han perdido ese dejo de tradición cafetalera. Pero aquellos que hemos tenido suerte seguimos conociendo un café en la esquina de algún parque donde a veces nos sentamos a leer alguna tarde con un americano cremoso y ¿por qué no? A escribir sobre la historia del café.