Siempre fui muy malo para esas cosas del albur, ese intercambio de palabras y frases de doble sentido entre dos o más personas, en donde el chiste era (es), decir las cosas sin caer en la vulgaridad, bueno, al menos así era en mis años mozos.
En realidad el albur, los albures, son un juego de palabras imaginativo, pícaro, inteligente, oportuno, ágil (mentalmente) y puede incluir ademanes, gestos, señas, sonidos guturales, nasales, expresiones gráficas y, en fin, una serie de recursos utilizados combinadamente para los cuales nunca fui muy apto que digamos, más bien fui un negado para ese tipo de intercambios.
Sin embargo, mi paso por la secundaria fue para recibir una doble instrucción, una doble “preparación”, la educación formal que ordenaba la Secretaría de Educación Pública, y la informal, la educación para la vida, para enfrentar los retos diarios que la vida impone más allá de las clases de Física y Química, del mechero de Bunsen, de los joules y de la tabla periódica, conocimientos tan propios de esa etapa educativa. En ese periodo tuve de compañeros a verdaderos maestros del arte del albur, y qué digo maestros, ¡catedráticos! Del buen decir del doble sentido. En ese entonces decir algo tan usualmente inocente como “me puse un saco café” o “ya viste el techo blanco”, podían ser expresiones un tanto peligrosas que desataran un bombardeo de expresiones de doble sentido que te dejaba irremediablemente con una cara de ¿What?
Y no vayan a empezar con sus cosas, por favor, esto es serio, es didáctico.
Y traigo esto a colación porque el pasado 10 de septiembre se cumplió el centenario del nacimiento de don Armando Jiménez Farías, que nació en el año de 1917 en Piedras Negras, Coah. Don Armando, al que también se le conocía por el sobrenombre de ‘El gallito inglés’ –sí, ese mismo, el que había que mirar con disimulo-, escritor, gran escritor, compilador de esa obra maestra de la literatura y de la cultura popular mexicana: “Picardía mexicana” (1960). Gran obra de la literatura fue y ha sido ese grandioso libro, didáctico, pedagógico, ilustrativo, manual para enfrentar la vida, esclarecedor y luminoso, que nos enseñó a quienes tuvimos la oportunidad de leerlo, lo rico de nuestro lenguaje, de sus infinitas posibilidades, de cómo una coma o una palabra puestas antes o después de una construcción gramatical pueden cambiar radicalmente el sentido de la expresión (“no es lo mismo Emeterio Zacario Zacarias Guajardo, que Meterlo, Sacarlo, Sacudirlo y Guardarlo”). Nunca es tarde, si no lo ha leído búsquelo en cualquier librería y léalo, se va a ilustrar y se va a divertir. Voy a finalizar con dodecálogo que me encontré alguna vez en uno de mis safaris de mis épocas estudiantiles por las pulquerías del Distrito Federal.
Propiedades del pulque
1.- Quita la angustia
2.- Suelta la lengua
3.- Afloja el calcetín
4.- Arregla corazones rotos
5.- Elimina la timidez
6.- Afina la voz
7.- Infla el tino
8.- Hace compadres
9.- Liga comadres
10.- Cierra tratos
11.- Abre puertas
12.- Cura la tristeza

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@marcogonzalezga