El Maestre habla
La élite que piensa parece poco a poco recobrar su equilibrio y el género humano actual viene a ser más apto para realizar su verdadera misión.
La filosofía toma su forma en el mundo, después de algunos años, pero no hay que creer que ésta se sitúa en el mismo plano que las ciencias o en la cima del conocimiento! Filosofar es trascender.
Karl Jaspers dice: cuando busco el objeto mismo, estoy en la ciencia, pero yo filosofo cuando a través de él dirijo mi mirada hacia el ser (Filosofía, 1-139). Filosofar no es de ninguna manera enseñar o aprender una doctrina o asumir una manera de ser, hacer un acto de Fe, y diciéndolo todo, ser: existencia; la filosofía es por excelencia el acto de la existencia. Partiendo de aquí, se manifiestan los trazos esenciales que la distinguen de la ciencia. En principio, la Filosofía no sabría limitarse al conocimiento objetivo; mientras que por la ciencia, la conciencia en general no mantiene con el objeto, reducido a un esquema inteligible, sino una relación impersonal y sin calor; el sujeto concreto que es la existencia, quiere con el objeto una relación más íntima; éste viene a ser: signo, «lenguaje», testigo del ser como lo es para los poetas y los místicos. «Entonces el mundo no es solamente el mundo presente, empíricamente consistente, independiente, útil; es también lo que yo amo, lo que odio, lo que yo animo más allá de toda finalidad práctica» (Filosofía de K. Jaspers, 1-82, 3 vol., Springer, Berlín).
El estado actual de las cosas aparece como una rebusca de ética más que de moral y los métodos filosóficos modernos se presentan más como «descripciones» que como «prescripciones». El hombre coge su plaza en el Universo preguntándose el porqué de su existencia; está abandonado y realiza su solitud. Heidegger nombra este carácter «Geworfenheit» (derelicción). Robert Campbell (en Una Literatura Filosófica, página 84) dice que «El es una cosa en el centro de las cosas, tal es su FACTICITA o mejor su CONTINGENCIA». Se aparece a él mismo como un pensamiento, sabe quién es y él se interroga sobre su ser. Jean Paul Sartre dice que él es «para sí», o, todavía, «que en su ser es cuestión de su ser» es ahí que le distingue de los otros existentes del universo de Pascal. No solamente él «se» piensa a sí mismo, sino que también piensa en lo que no es sí mismo. Con mayor precisión dice todavía Sartre: «El es en su ser cuestión de su ser, en tanto que este ser implique otro ser que el suyo» (en el «Ser y la Nada», página 29).
La facultad del ser humano de situar un mundo fuera de él, de «traspasarse» él mismo y de «com-prender» (en el sentido etimológico) este mundo, es lo que Heidegger llama «TRASCENDENCIA».
Esta «trascendencia» (reconocida por muchos como «libertad») es la existencia y es en este orden de ideas que la doctrina existencialista define: que, para el hombre, «la existencia precede a la esencia».
El existencialismo define la libertad como «la facultad para el ser humano de ser su propio fundamento». Podríamos aproximar esta teoría con la idea del Ain-Soph en Qabalah. El «Todo-Nada» del esoterismo hebraico.
De hecho el hombre no se siente en su lugar en este mundo, es como un extranjero, el «intruso», como dicen los existencialistas, El se aburre! Las cosas ignoran el aburrimiento… y como dice Sartre (en el “Sursis”, Aplazamiento, página 29): «Los tiestos de flores no se aburren. Se les saca cuando hay sol y se les guarda cuando llega la noche, no se les pregunta nunca su parecer. No tienen nada que decidir, nada que esperar. No se imaginan nada tan absorbedor como el aspirar el aire y la luz por todos los poros».
Para Spinoza, el mundo debe ser así y no de otra manera, pero se responderá que el mundo del cual se trata es ya un mundo «Humanizado» y la filosofía existencialista añadirá: el mundo existente es esencialmente «contingente», es decir, sin ninguna necesidad lógica. La Filosofía Pura (la que contiene la idea de la «fe filosófica») no puede satisfacerse sino de verdades incondicionadas que tienen su necesidad de una mística y no de una obligación lógica.
Pero si la filosofía, credo del filósofo, no puede ser una ciencia universalmente válida o un mensaje de salud para todos, no guarda menos de autoridad, por lo que ella empeña y exige; que esta profetice o que despierte, es siempre el testimonio de una libertad que se dirige a otras libertades y las provoca, no para forzar su adhesión, sino con el espíritu vivaz en que el movimiento filosófico, expresión de un poder de decisión, terminará por unir el sí con el sí. (Mikel Dufrenne y Paul Ricoeur en Jaspers y la Filosofía de la Existencia, pág. 101).
La ambición propiamente científica es la de alcanzar una estructura secreta, y la investigación científica no se da en ninguna parte para satisfacer por la simple constatación. Wilhelm Reyer dice: «cuando la ciencia viene a perder la fuerza de su intuición ésta le da por muletas las constataciones puras y simples».
Bergson demanda imaginar una conciencia rudimentaria como la de la amiba, agitándose en una gota de agua: el animáculo sentirá el parecido y no la diferencia de las diversas sustancias orgánicas que éste puede asimilar. En breve se sigue del mineral a la planta, de la planta a los seres conscientes más simples, del animal al hombre, en el progreso de la operación por el cual las cosas y los seres acogen a su alrededor lo que les atrae, lo que les interesa prácticamente, sin que tengan necesidad de abstracción, simplemente porque el resto de lo que les rodea queda sin ser presa de ellos: esta identidad de reacción que viene de las acciones superficialmente diferentes, es el gérmen que la conciencia humana desarrolla en ideas generales. Y Bergson termina: El parecido de donde el espíritu parte, cuando en principio es abstracto, no es el parecido donde el espíritu termina, cuando conscientemente generaliza. Este del cual él parte, es un parecido que él siente, vivido o si les parece, automáticamente jugado. Este del cual él vuelve, es un parecido inteligentemente apercibido o pensado.
Poincaré define que nuestras representaciones no son más que las reproducciones de nuestras sensaciones, nosotros no podemos figurarnos el espacio geométrico, no podemos representarnos los objetos en el espacio geométrico, sino solamente razonar sobre ellos como si existieran en este espacio.
En «La Ley de los tres estados» dice Comte, por una imposibilidad primitiva, está reconocido que ninguna teoría verdaderamente positiva puede ser establecida por un sujeto cualquiera, es decir, en toda concepción racionalmente fundada sobre un sistema conveniente de observaciones prealables*; además independientemente del tiempo considerable que exige evidentemente la lenta acumulación de tales observaciones, nuestro espíritu no podría incluso empezarla, sin estar primero dirigido y después continuamente solicitado por algunas teorías preliminares.
De hecho se trata de la Ciencia como de la Religión; una y otra están limitadas en un mundo bien cerrado. El representante de una Iglesia que habla del espíritu de Dios será comprendido de sus fieles en el sentido que él desea, mientras el sabio está comprendido claramente por aquellos a quien él se dirige.
La ciencia anuncia: «El fósforo se funde a la temperatura de 44 grados» pero no se sabrá nunca lo que es el fósforo en realidad, pues la descomposición de las propiedades que manifestará después es ilimitada, como la de las circunstancias donde él se encontrará situado. Sin embargo, el sabio se comprende a sí mismo así como todos los que le siguen en su expuesto.
Existe primero, una aceptación de principio!. A los hombres de Ciencia, en este sentido, se les puede clasificar en la fila de los teólogos; sin embargo, en esto se defienden puesto que el hombre no comprende sino lo que él encuentra. El célebre «nada se crea y nada se pierde» viene aquí al apoyo con el axioma hermético de «no hay descubrimientos sino Re-descubrimientos».
Efectivamente como ya se ha citado en el Propósito Psicológico No. II, muchas cosas ignoradas hace 400 o 500 años eran conocidas perfectamente hace 4 o 5.000 años.
Es, sobre todo, nuestra incomprensión de la verdadera misión del hombre, la que ha hecho en el curso de la Historia de la Humanidad: una falsa evolución de los seres, y me permitiré terminar esta pequeña introducción del Propósito Psicológico No. IV con una citación de Platón en su obra profética «La República». El pasaje extraído del Libro VIII (546; a, b, c, d, e), es ciertamente un texto entre los más iniciáticos de la tradición griega:
«Como todo lo que nace está sujeto a la corrupción, vuestra constitución tampoco durará siempre; ésta se disolverá, he aquí de qué manera. Hay no solamente para las plantas enraizadas en la tierra, sino también para el alma y los cuerpos de los animales que viven en su superficie alternativas de fecundidades y de esterilidad. Estas alternativas se producen cuando la revolución periódica cierra el círculo donde cada especie se mueve, círculo corto para las especies que tienen la vida corta, largo para las especies que tienen la vida larga. En lo que concierne a vuestra raza, aquellos que habéis alzado para guiar el Estado, podrán ser hábiles y reforzar la experiencia por el razonamiento, pero no discernirán mejor los momentos de esterilidades y de fecundidades. Estos momentos se les escaparán y engendrarán hijos cuando no será necesario hacerlo…
«… y cuando por ignorancia de esta ley de nacimientos, vuestros guardianes unieran carnalmente, a contratiempo, a mozos y mozas, nacerán hijos que no estarán favorecidos ni del nacimiento ni de la fortuna: de estos niños sus antecesores pondrán a los mejores en la dirección del Estado; pero como éstos son indignos, apenas habrán llegado a las obligaciones de sus padres, empezarán a desatenderos a pesar de su oficio de guardianes, no estimándoos como conviene; subordinando la música a la gimnasia. Tendréis así una generación nueva menos cultivada, que proveerá magistrados poco útiles al papel de guardianes, y no sabrán discernir ni las razas de Hesíodo, ni las razas de oro, de plata, de bronce y de hierro, que nacieron en vuestras casas. Y encontrándose el hierro mezclado a la plata y el bronce al oro, resultará de esta mezcla un defecto de igualdad, de justeza y de armonía, que por todas partes donde se encuentra, engendra siempre el odio y la guerra. Este es el origen que es necesario atribuir a la discordia, por todas las partes donde ésta se produce».