Nuestro país está asentado en una zona sísmica. Las capas tectónicas que están bajo nuestro subsuelo se mueven y acomodan de tanto en tanto, y eso ocasiona movimientos telúricos de diversas magnitudes.
Desde siempre, los mexicanos hemos padecido los temblores de la madre tierra, y una asomada por la historia nos revela que la desgracia nos ha acompañado con el paso de los siglos y los milenios.
Cuando llegaron los españoles a México, se enteraron por los códices prehispánicos de muchos acontecimientos terribles que habían traído mortandad y destrucción.
Por ejemplo, en 1475, durante el reinado de Axayácatl ocurrieron intensos terremotos que dejaron en ruinas todas las casas y edificios en el Valle de México. Se originaron grietas y hubo deslaves en los cerros que rodean el valle.
En 1496 (por cierto, el año en que nació Cuauhtémoc), hubo otro gran terremoto cuyo epicentro pudo ser en las costas de Guerrero. Como consecuencia, se generaron grietas en la tierra del valle de México. El emperador Ahuítzol ordenó que se ayudara a quienes habían perdido sus casas.
Ya en la época de la Colonia, el 15, 16 y 17 de enero de 1542 se consigna un fuerte temblor y sus réplicas, que dañaron varias construcciones en la Ciudad de México.
Y lo mismo sucedió del 11 al 26 de abril de 1589, cuando se colapsaron paredes y hubo daños en edificios en la Ciudad de México. En Coyoacán, que era un pueblo aparte, se vino abajo el convento de los dominicos.
Otro terremoto de consecuencias desastrosas fue el del 28 de marzo de 1787 a las 11:30 de la mañana, que pudo ser de entre 8.4 y 8.7 grados, y afectó el centro, el sur y el sureste de la Nueva España. En la Ciudad de México, sufrió daños el Palacio del Virrey (hoy Palacio Nacional), el Cañón de la Diputación y algunos edificios más. Fue notificada una duración entre 5 y 6 minutos. A este sismo le siguieron grandes movimientos telúricos los días 28, 29, 30 de marzo y 3 de abril. A consecuencia de éstos, se notificaron daños en la ciudad de Oaxaca y Tehuantepec y el registro de un gran maremoto en la Barra de Alotengo, la costa de Oaxaca y en Acapulco.
Ya en la guerra de Independencia, retembló en sus centros la tierra el 31 de mayo de 1818, lo que se percibió en el centro, oeste y suroeste del virreinato. En la Ciudad de México dejó daños en conventos hospicios e iglesias, y fisuró varios arcos de los acueductos de Santa Fe y Belem. La ciudad de Colima sufrió una destrucción casi total y se presentaron severos daños en Guadalajara, donde colapsaron las torres y la cúpula de la catedral.
En el México independiente, el 7 de abril de 1845 un terremoto sacudió la costa de Guerrero y la ciudad de México, en donde se derrumbaron el Hospital de San Lázaro y la cúpula de la iglesia del Señor de Santa Teresa. Se registraron daños en el Palacio Nacional, en la cámara de senadores, la universidad, así como devastación en las poblaciones de Xochimilco y Tlalpan. Se cree que este sismo tuvo su epicentro en la Brecha de Guerrero. Por cierto, era Presidente de la República el peroteño José Joaquín de Herrera.
El 3 de octubre de 1864, un temblor que tuvo una duración de un minuto provocó cuarteaduras en algunas edificaciones, daños en cañerías de la ciudad y en los arcos de Belén. En Puebla, se registró el derrumbe de una gran cantidad de viviendas, así como daños en edificios y templos. En el Estado de Veracruz, provocó el derrumbe de la torre de la iglesia de Orizaba, daños en Ciudad Mendoza, Ixtaczoquitlán, Fortín, Nogales y en Córdoba.
Metidos en la época revolucionaria, el 7 de junio de 1911 a las 5 de la mañana hubo un sismo que provocó la muerte de 33 artilleros y siete mujeres, además de 16 heridos, por el derrumbe del ala derecha de los dormitorios del Tercer Regimiento de Artillería ubicado en Rivera de San Cosme. La colonia Santa María la Ribera de la capital fue la que resultó más afectada. Otros edificios como el Palacio Nacional, la Escuela Normal para Maestros, la Escuela Preparatoria, la Inspección de Policía y el Instituto Geológico registraron cuarteaduras; un total de 250 casas quedaron totalmente destruidas. Es conocido como el temblor maderista porque ocurrió el día en que Francisco I. Madero entró a la Ciudad de México, en la etapa inicial de la Revolución Mexicana.
Queda indeleble la destrucción del movimiento telúrico del 3 de enero de 1920 a las 22:21 horas, que afectó la zona limítrofe de los estados de Puebla y Veracruz y provocó 650 muertos, la destrucción total de Quimixtlán y la parcial de Xalapa. La zona de Xico, Teocelo y Cosautlán fue severamente dañada. Este terremoto es famoso por la intervención del obispo Rafael Guízar y Valencia, hoy santo, quien llegó tres días después a Veracruz, para tomar posesión del cargo, y se dedicó en cuerpo y alma a auxiliar a los damnificados.
En la época contemporánea, sufrimos en la ciudad de México el terremoto del 28 de julio de 1957, que derribó el Ángel de la Independencia; en Orizaba, el temblor del 28 de agosto de 1973, y los movimientos telúricos del 14 de marzo de 1979 -que dejó inservible el edificio de la Universidad Iberoamericana-, el terrible del 19 de septiembre de 1985 y el reciente del 19 de septiembre de 2017.
Y los que faltan, oh Dios…
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