El lector ha de permitirme contar un cuento propio de estos días:
Seguro que todo mundo conoce este ser inmundo, que de seguro espanta al verle: ¡es el monstruo de la Laguna Verde!
Cuenta la leyenda que una ocasión, la furia se apoderó de esta inmunda bestia, que llegó al pueblo más cercano, con la intención más aviesa.
Si bien hizo con el Pueblo un Pacto, esta vez traía plan turbio, y se olvidó de aquel trato parecido al del Lobo de Gubbio. En cuanto vio al primer poblador, la fiera se arrojó sobre de él; sació sus más bajos instintos, sin importarle que fuera varón.
El deseo malsano impregnado se concentró en un anciano encorvado, que dirigía sus pasos a un duro de plata, que algún parroquiano descuidado, perdió seguro en su caminata. ¡Pobre viejo! La lujuria del monstruo de la Laguna Verde, lo hizo su víctima que por poco y se muere.
No fueron los únicos mancillados… lo mismo ocurrió al tendero, al lechero, al ropavejero y hasta el mismo presidente municipal del pueblo. ¡Esto fue el detonante! El alcalde de inmediato llamó a su comandante, para que iniciara la cacería que con antorchas, machetes y palos, de seguro lo detendrían.
Antes de que cometiera el sacrilegio sobre la flor más bella del ejido, el Monstruo fue detenido y fue llevado a la plaza todo compungido…
–¡Por qué, Monstruo, por qué! ¿por qué rompiste el Pacto? Nosotros no entramos a tu Laguna, tú no agredes al Pueblo, ¿por qué has roto el trato?
El Monstruo de la Laguna Verde, todo acongojado, apenas balbuceando, responde con la pena plasmada en la cara que de verde pasó a colorada.
–¡Fue culpa de mi mujer, de la Monstrua de la Laguna Verde! ¡A ella responsabilicen de la tragedia que hoy mi alma muerde!
Intrigados, no aciertan a comprender lo ocurrido y piden a la aberración que amplíe la explicación.
–Esta tarde, después de que cacé en la Laguna, comí gustoso ostiones, que alborotaron mi lujuria. Con el libido en lo alto, llegué pidiendo cama, mi emoción era tanto, ¡que me arrojé sobre mi dama! Osada fue mi intención, para la señora de la Laguna, que de plano me aclaró, esta noche no habrá fortuna.
–¿Por qué, por qué?– la concurrencia está preguntando…
–Señores, la respuesta que me dio, igual me dejó pasmado: “Querido esposo mío, tu monstrua ¡está monstruando!”
FIN
¡Un cuentito más de espantos!
“Tengo casi 48 años… una mañana, mi esposa se despertó y me empezó a besar… después a acariciar… entonces, bajó la cobija y horrrorizada, gritó a la vez que decía: «¡¡¡por qué lo tienes así!!! ¿por qué?» y que le respondo: ¡Se Para-Normal!
El que lo entendió, lo entendió.
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