*Muchos que han dedicado toda su vida al amor pueden contarnos menos sobre el amor que un niño que perdió a su perro ayer. Thornton Wilder. Camelot

DE PERROS Y GATOS

De un tiempo para acá, de hace algunos años, los animales, perros y gatos, dejaron de estar olvidados de la mano de la gente. La protección de animales se volvió una constante y hubo y hay grupos que se dedican a protegerlos. Ya ni se diga los escritores. Gabriel García Márquez contó una vez que el mejor cuento que había leído en su vida, era uno de Ernest Hemingway, llamado ‘El gato bajo la lluvia” (Cat in the rain), no confundir con la canción La gata bajo la lluvia, de la gran Rocío Dúrcal. Ese relato es sublime, narra en un cuento corto la historia de dos americanos, que en hotel italiano la esposa vio a un gato guarecerse bajo la lluvia en una banca, y bajó por él. Léanlo, aparece en Internet. Ha habido escritores que aman a los perros, y a los gatos. Manuel Vicent tiró una vez una joya de una perra suya llamada Linda: “Bajo un siroco de fuego, que nos ha visitado al final de agosto, ha muerto mi perra Linda, una cocker americana. Era pequeña, chata, muy rubia, con el flequillo sobre los ojos y debido a la gran clase que llevaba encima no necesitaba hacer ninguna gracia especial para sentirse reina. Es lo que pasa con la belleza humana o animal. Si se basta a sí misma no hay que añadirle nada y en el caso de Linda se notaba que había nacido solo para ser admirada y lo sabía, pero tenía una cualidad que no he visto que posea perro de ninguna raza. Linda sabía sonreír. Podría contar mi biografía íntima con detalle según los coches y los perros que han pasado por mi vida”.

LOS PERROS DE CASA

Quien esto escribe, hace años, en 2012, dio relato de un pobre perro callejero que, como cantaba Alberto Cortés: ‘Era callejero por derecho propio, y aunque fue de todos nunca tuvo dueño, libre como el viento era nuestro perro, nuestro y de la calle que lo vio nacer. Sin tener horario para hacer la siesta, ni rendirle cuentas al amanecer’, Una mañana llegó a guarecerse entre los albañiles que construían la Plaza Valle, alguna gente inhumana fue y lo aventó allí, vagaba y se movía por dónde podía, se quedó a vivir, comía con ellos, movía la cola para ellos, ladraba de gusto para ellos, abandonado se volvió un icono de esa plaza, amado por todos, había gente que le llevaba de comer, y otras que pasaban por él para bañarlo, una tienda especializada de esa plaza le daba alimento, cuando supe su historia me sumé a ellos, le compré su cama perrera Dormimundo y sus huesos de morder y su alimento de perros, era cuidado y amado por los policías de guardia, con quienes convivía como un gendarme más, la Mc Donalds y el Sanborns les daban sobrantes buenos, hasta que una mala mañana una mujer despistada lo aplastó en su auto y murió, dejando tristes a quienes le queríamos. Se llamó La Jerga, fue feliz los últimos años de su vida, correteaba entre los autos, movía la cola a la gente, casi servía de guía, como aquel perro entrañable japonés, Hachiko, que maravilló al mundo cuando se conoció su historia que contó en Hollywood Richard Gere, y nos hizo llorar a quien vimos la película. De esa y muchas historias nace aquello de más fiel que un perro. A Hachiko le hicieron estatua en Japón y en el sitio donde murió esperando al patrón, en esa estación de tren. Es un sitio muy concurrido, alguna vez me tocó estar y me tomé la foto, como se la toman cientos de miles que visitan ese Imperio del Sol Naciente. Tengo una hija, Ximena, que ama a los perros y los cuida y a veces con lluvia o cómo sea, sale a buscarles cobijo o devolverlos a sus dueños, cuando son perdidos o extraviados. Mi hija misma me endosó dos perros callejeros. Una mañana que andaba de viaje, me encontré al regreso en casa con dos nuevos huéspedes, dos perras de la calle, que vivían entre los contenedores y comiendo lo que pudieran. Pues fue por ellas y aparecieron en mis dos perreras, que había jubilado cuando mis bóxer murieron, me dije a mi mismo ni uno más, porque luego duelen sus partidas. Murieron de viejos mis dos bóxer, y mis perreras eran ocupadas para plantas por el jardinero de Versalles-La Perla, el buen Joel, hasta que estas dos canijas ocuparon su lugar. Tenían un antecedente, la madre era ciega y la hija la guiaba, por el caminar y el olor le seguía. Ya conoce a la perfección el jardín, mientras no le cambie uno los entornos, como a cualquier ciego. Apenas le movimos un tronco que no les permitía pasar y me reía que chocaba contra un muro, pero solo se dio dos golpes, al tercero ya supo su camino. Allí están, viviendo en casa, bien comidas y bien cobijadas, dejaron la pobreza de donde vivieron, porque la calle es difícil, más para los animalitos, y se alegran, aunque hay noches que ladra y ladran y no dejan de ladrar. Y no dejan dormir.

EL MATA PERROS

Estoy en ese tema de perros y gatos, porque leo en El Sol de Córdoba-Orizaba, que el alcalde de Atzacan, poblado cercano a esta zona, pide castigo para un hombre que envenenó a una veintena de perros y de gatos, en solo 7 días, como si los días clavaran y acecharan la muerte. Sucede que a quien culpan de presunto envenenador, le molestaba que los animales entraran a su terreno y optó por envenenarlos. El mismo alcalde, Magno Roberto Romero Álvarez, señala que fue el papá del secretario del Ayuntamiento, y en esas andan, buscando castigarle. Tengo entendido que la Fiscalía de Winckler atiende también estos casos, de perros y gatos, y los grupos defensores de animales están que trinan y piden justicia. “Nadie tiene el derecho de atentar contra la vida de estos animalitos”, dice el alcalde. Y llamó a declarar a los sospechosos.

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