«El merolico vendía un élixir de la eterna juventud: «Yo lo tomo cada día- decía a sus embobados oyentes-, y aquí donde me ven tengo 180 años de edad». -«¿De veras tiene tantos años?» le pregunta en voz baja una señora al ayudante del merolico. -«Francamente no sé, señora, responde el ayudante: -«Yo nada más tengo 105 años trabajando con él». Lo escribe «Catón» en Reforma.