El Maestre habla…

A la hora actual, en que cada uno siente que el curso de los acontecimientos traspasa el cuadro de la simple política, es corriente buscar la respuesta a los problemas, con datos que exceden la sociología corriente.
La evolución de los Seres en general no es, ciertamente, sino la consecuencia de un mecanismo particular que actúa sobre los individuos hasta hacerlos entrar en ciertas categorías de la cadena de la Humanidad. Las filosofías, las religiones y las concepciones diversas han probado canalizar las opiniones a fin de hacerse cada una la postulante al Privilegio Único del Pensamiento Humano.
Hoy día, centenares de ideales están dividiéndose los favores de la población del globo y los hombres quedan impotentes frente al enigma de los obstáculos diarios, tanto como frente al Gran Arcano de la Vida…
Sería pretencioso querer traer un remedio a las grandes luchas que aniquilan los campos de ideologías diversas, pero quizás es útil intentar clarificaciones al problema de la búsqueda de la Verdad.
A pesar de no ser posible catalogar una masa de más o menos dos mil millones de personas, podríamos dividir a los humanos en tres categorías: materialistas, idealistas y espiritualistas.
Los primeros, entre los cuales se cuentan sobre todo los hombres de ciencia y que son ante todo, los seres que rechazan las abstracciones, que admiten si es necesario un principio Superior, a condición de que sea elaborado con otros datos que los de la metafísica.
Los idealistas comprenden sobre todo a los artistas y aún a aquellos que tienen tendencia a suprimir las cualidades de razonamiento en beneficio de la imaginación.
Los espiritualistas, por último, se elevan más arriba del mecanismo automático y son ante todo aquellos que han encontrado la certidumbre de la superioridad del espíritu sobre la materia.
Así, entre el positivismo que no admite nada más en el Universo que la materia y la filosofía idealista que niega la realidad individual, el espiritualismo (y no el espiritismo) equilibra al hombre con pensamientos de realidad sustancial. No se trata aquí de “materialismo” de Büchner ni del “idealismo” de Kant, sino de términos usados en el sentido general y desprovisto de toda parcialidad.
Los más grandes sabios acaban de reconocer que la materia se les escapa. Es, pues, admitir un principio espiritual sin por ello aplicarlo en el sentido religioso, se comprende.
Las funciones epicúreas son desde hace mucho tiempo caducas. En cuanto a profesar el idealismo, esto correspondería a una confesión que tiene por objeto una imagen mental y esta necesidad de imaginación proviene de un sentimentalismo incontrolado, mientras que la espiritualidad (o la doctrina de Leibnitz) es el hecho de dar un carácter a los principios vitales.
Es preciso, pues, espiritualizar la materia, comprendido en el sentido de “espiritualizar” las cosas y los hechos a la manera de los antiguos, es decir, “destilar”, extraer la quintaesencia, depurar, extraer lo mejor de la substancia y, por extensión, arrancar al dominio de la psicología la capa supersticiosa, despejar los sentimientos y, en una palabra, interpretar con espíritu auténtico lo que debe siempre reinar en la búsqueda de lo verdadero.
Por otra parte, todo el mundo habla de la Verdad, que es preciso sobre todo sobreentender como una parte de la verdad. No obstante, como cada uno parece querer hacerse el único depositario o el amigo de ésta, la gente se ha dividido generalmente en dos categorías: los creyentes y los no creyentes. Sin embargo, contrariamente a la opinión del vulgo, parece que no hay nadie que pueda francamente decir: no creo en nada… Por el contrario, entre aquellos que son “creyentes” existe una multitud de diversidades de principios. Si se quisiera verdaderamente analizar lo que significa “creer”, se notaría pronto que se trata en verdad de una incertidumbre. Creer es aceptar una hipótesis; si no, se diría “saber” o “no saber”, conservando a pesar de todo una relatividad en la comprensión de ese conocimiento. Creer es, pues, aceptar de un golpe una cosa antes de haberla analizado o estudiado. Nótese por otra parte que para hablar de progresar o de elevarse en cualquier cosa se usa el verbo “crecer”.
En fin, el ser humano en sus búsquedas de la Verdad evoluciona según tres planos, que pueden colocarse bajo los términos genéricos de filosóficos, teológicos e Iniciáticos.
De acuerdo con la filosofía profesada, el hombre será “materialista” o “idealista”, pero, de todos modos, con una finalidad muy relativa, ya que de una manera u otra llega un momento en la búsqueda, en la que el objeto mismo escapa a las posibilidades de análisis.
El filósofo (del griego: Philos, amigo y sophia, sabiduría) se ve privado del mundo divino en su estudio general de los seres, mientras que la Teología (del griego: theos, Dios) acude sobre todo a ese Principio Superior, pero se resigna a ser acantonada por los aspectos doctrinales.
La teología, esa ciencia de las cosas sagradas, es demasiado a menudo comprendida en un sentido restrictivo; así el católico la comprende casi como el gaje exclusivo de su Iglesia, mientras que ese estudio de cuestiones divinas, no es el privilegio de una sola religión. Existe una teología del hinduismo, así como una teología judía o cristiana. La teología parece por tanto y a pesar del campo restringido que ofrece para las búsquedas serias, el atributo de los hombres superiores. Santo Tomás de Aquino la definía como sigue: “La teología tiene por objeto el conocer a Dios, no solamente por aquello que es en sí mismo, sino también según que es el principio y el final de todas las cosas “(Introducción a la Suma” Capítulo II, del 1 a 7).
En la Tradición Iniciática no hay principio ni fin, es el dominio de un plano supremo, profesado por los Grandes Maestros. El filósofo es el “amigo de la sabiduría”, el Iniciado es el Sabio, simplemente.
Entre la filosofía y la Iniciación, la Teología se ofrece a los profanos que salen del plano vulgar, pero no listos aún a la comprensión esotérica.
El filósofo registra las funciones humanas, el teólogo se inclina hacia aquellas del dominio divino, el Iniciado coordina el todo con un espíritu de síntesis para ir más allá de las condiciones habituales del análisis.
Como ya lo hemos visto, en toda cosa hay una tesis, una antítesis, una síntesis, para finalmente establecer la Matesis. En el dominio que nos interesa aquí, la filosofía representa la tesis, la teología, la antítesis y la síntesis es caracterizada por el Iniciado, que perfeccionándose se convertiría en el Maestro que simboliza la Matesis.

Dr. Serge Raynaud de la Ferriere
De sus Propósitos Psicológicos
La Educación Cristiana