Me hizo el favor de enviarme un artículo de la revista Letras libres, mi amigo José Martín Blázquez Ojeda, economista e historiador, sobre el debatido tema del acoso sexual, fundamentalmente a las mujeres, aunque también algunos hombres lo padecen, en menor medida, pero lo padecen. El artículo en cuestión se llama ‘#MeToo: Declaración de guerra’ (26 de enero del 2018), de la periodista española Aloma Rodríguez. A propósito de esta lectura y como me encantan las honduras, vuelvo con el acoso sexual, que rechazo terminantemente.
Recupera Aloma en su artículo a la antropóloga especialista en sexo y género, Gayle Rubin:” ‘Para algunos, la sexualidad puede parecer un tema sin importancia, una desviación frívola de los problemas más críticos de la pobreza, la guerra, las enfermedades, el racismo, el hambre o la aniquilación nuclear. Pero es precisamente en momentos como estos, cuando vivimos con la posibilidad de una destrucción inimaginable, cuando las personas se vuelven peligrosamente locas por la sexualidad’. Exacto, y lo asombroso es que sucedan estas cosas hoy, sesenta años después del inicio de la revolución sexual, en donde todavía tenemos a estos tópicos en el centro del tapete de las discusiones.
Porque por supuesto que son totalmente punibles todo ese coctel de conductas de acoso, acecho, violencia, violaciones, y también la inequidad, la falta de igualdad y de oportunidades que hay contra las mujeres, lo que es inocultable, pero al margen de esto, execrable insisto, me parece que en el movimiento #MeToo, hay algo que tiene que ver con el decoro y la corrección que trataré de explicar brevemente aquí. Se trata, me parece, que hay algo más, una velada intención de propugnar, no sé qué tan genuinamente, de moralizar la vida sexual.
Dice Ricardo Dudda en El País (1 de febrero de 2018): “El movimiento #MeToo no es originalmente puritano, sino que busca dar voz y empoderar a mujeres víctimas de acoso sexual. Pero ha suscitado reacciones que entroncan con la tradición anglosajona del puritanismo”, entendido esto último como gazmoñería. Lo anterior me lleva a darle la razón a Catherine Deneuve, de que no se tiene la misma visión de este tema en Gran Bretaña y los Estados Unidos que en Francia, en Italia y hasta en Brasil. Comentaré que no recuerdo una actriz inglesa catalogada como símbolo sexual, si acaso la sensual Joan Collins. En contraposición, de Italia podría mencionar 10 estrellas cuyo principal atributo es la poderosa carga sexual de su personalidad: Sofía Loren, a la que hay que agradecerle que a sus 83 años le guste lucir guapa y sexi, otras, Mónica Belluci, Ornella Mutti y Edwige Fenech, y de Francia no me imagino a Brigitte Bardot de otra forma más que en bikini, y a Marion Cotillard, Léa Seydoux y a la hermosa y otoñal Catherine Deneuve, a la que parece que estoy viendo en ‘Bella de día’, de Buñuel. Todas mujeres sensualmente poderosas.
¿Ya estoy dando color a dónde quiero ir?, pues a que esto de la cultura sexual se ve de distinta manera en Inglaterra y los Estados Unidos, que en Italia o Francia. La seducción, por ejemplo, en el caso de los franceses e italianos es parte de su condición natural de machos alfa, es como su patrimonio personal. Recuerdo aquel anuncio de la Fiat, en donde la chica del promocional que conduce el auto va resaltando su diseño, sus líneas estéticas y su potencia de motor, para lo cual establece una comunicación visual con el espejo retrovisor como si se tratara de los ojos del Fiat, pero el espejo no está atento a los ojos de la dama, él, el espejo, le está dirigiendo la mirada pero a sus piernas, entonces se escucha una voz en off que dice: ¡Tenía que ser, es un italiano!
Terminaré citando nuevamente a Aloma Rodríguez: “… en Francia no se juzga el comportamiento sexual de los presidentes (Mitterrand, Sarkozy, Hollande o Macron), en EUA la relación extramarital de Clinton con Monica Lewinsky casi le cuesta el puesto”. Agrega otra muestra de cómo el tema de la sexualidad se ve de distinta manera: “Otra diferencia de los franceses con los anglosajones, Carla Bruni vivía con el editor Jean Paul Enthoven antes de enamorarse de su hijo, Raphael Enthoven, casado a su vez con Justine Lévy (hija del intelectual Bernard Henri-Lévy). Enthoven Jr. es el padre del primer hijo de Carla Bruni, que poco después se convirtió en primera dama (de Francia)”.
¡Qué cosas! Para unos puede ser motivo de escándalo, para otros, todo es simplemente relativo.
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