De acuerdo con El Universal (https://goo.gl/938YkX), en México sólo el 36% de los investigadores son mujeres. En el mundo, este porcentaje apenas alcanza el 29%, ¿por qué? La respuesta se divide en dos factores, fuertemente enlazados: discriminación y estereotipos.
En una sociedad dividida por el género, esto no debería representar una sorpresa. Si bien se ha combatido, durante años se pensó que las mujeres pertenecían al ámbito doméstico y que sus cualidades mentales no podían con las dificultades de las ciencias.
Entre los siglos XIX y XX aquella era la idea extendida en nuestro país y las que se atrevían a pensar diferente eran vistas con recelo. Este fue el caso de Matilde Petra Montoya Lafragua, la primera médica mexicana que se enfrentó a innumerables obstáculos desde que estudió partería hasta que obtuvo su doctorado en 1887.
En contra de Matilde se publicaron artículos en los que la llamaron masona, protestante, impúdica, perversa y peligrosa. La Escuela Nacional de Medicina también participó en la guerra en su contra intentando impedirle que presentara su examen profesional, argumentando que los estatutos hablaban de “alumnos” y no de “alumnas”, pero Matilde no cejó y el 24 de agosto de 1887 logró su titulación.
Los obstáculos que Matilde Montoya enfrentó nos podrán parecer ahora lejanos: ninguna universidad actual se atrevería a negarle un examen profesional a una mujer por el simple hecho de serlo y si se publicara un artículo que condenara la sed de conocimiento de las mujeres, éste sería fuertemente criticado. Pero aun así las mujeres siguen siendo una minoría en la ciencia. La página web Mujeres con Ciencia (https://goo.gl/A2whMh), que a su vez recoge las conclusiones de un estudio publicado por el laboratorio de pensamiento Pew Research Center, describe que las científicas suelen ser discriminadas en sus lugares de trabajo, así como recibir acoso sexual. Para ellas, el género es una desventaja en su profesión.
Las universidades tampoco son remansos de conocimiento y paz. Las estudiantes de carreras enfocadas en la ciencia suelen quejarse de la discriminación de sus compañeros y maestros, del acoso y el sexismo. De acuerdo con sus testimonios, su vida universitaria parece un calvario más que una época de aprendizaje y maduración.
Y cuando se trata de las más pequeñas de la familia, quizás tampoco les estemos haciendo grandes favores. ¿Los juguetes dirigidos a ellas? Un universo de cocinitas, tocadores, muñecos y muñecas de fantasía… Cuando las compañías tratan de volverse más equitativas, por ejemplo, sacando pistolas de agua para ellas, las pintan de rosa. Por supuesto, siempre nos quedan los diversos juegos de ciencia de Mi Alegría, aunque en sus empaques abunde la representación de los niños frente a la de las niñas: cuando ellas aparecen, lo hacen con compañeros. En cambio, ellos pueden aparecer solitos y en mayor cantidad.
¿Qué nos estaremos perdiendo por la falta de mujeres en la ciencia? Los cínicos dirán, con un desprecio propio de los adversarios de Matilde Montoya, que nada, que si las mujeres no estudian ciencias es porque no quieren. Pero otras voces se levantarán y explicarán que lo que hace falta es derribar los estereotipos de género y fomentar en las niñas el interés por los mecanismos ocultos del mundo que las rodea. Este 11 de febrero fue el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia y aunque la fecha nos haya rebasado, no hay que dejar pasar la oportunidad de reflexionarla y actuar.
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