*Maduramos con los daños, no con los años. Camelot.

PLEGARIA POR UN PAPA ENVENENADO

-Albino Luciani, ¿estás muerto?

Era la tercera vez que el cardenal Villot preguntaba a Albino Luciano si estaba muerto.

Hacia solo 54 días había pronunciado tres veces la misma pregunta al cadáver de Pablo VI. Y, para hacerlo, usó el mismo pequeño martillo de plata con que ahora golpeaba suavemente la frente del pontífice Albino Luciani, un golpe por cada pregunta. Era el sagrado ritual, la pregunta formulada durante siglos sobre cadáveres de Papas.

-Albino Luciani, ¿estás muerto?, preguntaba por tercera vez, y por tercera vez esperó durante un minuto la respuesta.

“El Papa Juan Pablo I está verdaderamente muerto”, dijo Villot, finalizando el ritual.

Allí estaban, además de Villot, Paul Casimiri Marcinkus y el cardenal Cody, y los mafiosos Calvi, Gelli y Sindona. Y estaba, además, su cuerpo, extendido y patético, su cuerpo distante, al que ya no quiso regresar. Allí agonizaba su obra, porque ya nadie, ninguno de los papas venideros se arriesgaría a seguir la huella de sus sandalias en el polvo: “A veces el Señor escribe con polvo sus obras”. Y el viento borrará tus huellas, Luciani. El viento ya las borró.

ESAS HISTORIAS PAPALES

Así termina el libro ‘Plegaria por un Papa Envenenado’, escrito por el colombiano , Evelio Rosero, un libro de 164 páginas que se lee de una sentada y que penetra en los días y las noches del ascenso del Patriarca de Venecia, Albino Luciani, cuando, sorpresivamente fue consagrado como Papa y la mafia de los banqueros y los poderosos cardenales lo mandaron muy rápido a platicar con San Pedro, con un veneno que fue mortal y que no le permitió gobernar a esa iglesia milenaria, más que 33 días. La edad de Cristo. Ni uno más.

¿Qué ha sido de todos ellos?, me pregunté anoche al terminar de leerlo. Por lógica de edad, deben estar muertos, asimilé. Busco a uno, al más maloso, Marcinkus. Paul murió en 2006 en Estados Unidos, a los 84 años. Muy seguro cuando llegó con San Pedro -si es que todavía hay purgatorio-, lo mandaron al averno, a que se pudriera por la muerte de un Papa. El quebrador del Banco Ambrosiano, mucho tuvo que ver aquella noche septembrina de 1978 cuando Sor Vincenza, por la madrugada, cuando solía despertarle a las cuatro de la madrugada a su Papa, le encontró muerto, con papeles en la mano y las gafas semi puestas, ni acostado, el veneno fue tan mortal que ni tiempo le dio de recostarse.

EL MALO MARCINKUS

La historia de los antecedentes, narra el libro, fue porque el Obispo Luciani, una mañana se presentó todo enojado en el Vaticano porque, el tal Marcinkus había tentoneado, los fondos de su iglesia en Venecia, y este hombre bueno, que luego sería Papa, pedía se le restituyeran, el Papa Pablo VI hizo como que no le entendía, y Marcinkus, cuando le vio mejor corrió como huyen muchos del implacable fiscal Winckler.

A Luciani lo recibió Monseñor Benelli, Secretario de Estado Auxiliar. El dialogo:

Luciani: ¿Qué significa todo esto?

Monseñor Benelli: Evasión de impuestos, Albino, Marcinkus vendió las acciones del Banco de Venecia a un precio deliberadamente bajo. Pero la cantidad que recibió Marcinkus es de unos 47 millones de dólares.

¿Qué tiene que ver esto con la iglesia de los pobres, en nombre de Dios…?

¿Y el Santo Padre está enterado de todo?

Benelli dice que sí con la cabeza.

Entonces debemos recordar quién puso a Marcinkus al frente de nuestro banco.

El Santo Padre.

¿Qué podemos hacer? ¿Qué les voy a decir a mis párrocos y a mis obispos?

Que sean pacientes, que esperen.

¿Pero para que quiere todo ese dinero?, preguntó Luciani.

Lo quiere para hacer más dinero.

¿Con qué propósito?

Con el propósito de hacer más dinero.

LUCIANI EL SOÑADOR

Un buen libro, que lo lleva a uno a los derroteros del poder milenario. No olvidemos que la Iglesia es una institución con dos mil años de vida, y lo que les queda. Cuando alguien les estorba en el camino, bye, bye. La historia registra el comportamiento de lo que ocurrió después. Llegó el Papa Juan Pablo II, el Wojtyla que vino del frio y cerró el ataúd del Papa de la Sonrisa de niño. Argumentaron que el Papa Luciani había muerto de un ataque al corazón. No hubo autopsia, a los papas no se les hace autopsia (no vaya a ser la de malas). Luego, reafirmó a todos los que iba a correr Luciani, llegaron las contradicciones de quien le había encontrado, primero que su secretario, el Padre Magee, luego que Sor Vincenza, su fiel auxiliar que le servía desde 1959, desde los tiempos del Obispado de Vittorio Vénetto. “Lo encontró sentado en la cama sin ningún libro, La Imitación de Cristo, como dijo El Vaticano, tenía varios documentos aferrados, las gafas ladeadas sobre la cara, la boca en un rictus de dolor. Acababa de firmar las destituciones y confinamientos que pensaba realizar de inmediato para purificar la iglesia, documentos que después el cardenal Villot se encargaría de desaparecer para siempre (entre ellos su propia destitución, que el Papa le había anunciado doce horas antes), así como el testamento del Papa, sus sandalias, y su frasco de remedio, las gotas que tomaba por prescripción médica, pues tenía la presión baja, lo que menos ayuda a un ataque al corazón. Creen unos y otros no creen, que ya antes habían intentado matarle. Un día le visitó el Metropolita Nikodim, de la iglesia ortodoxa rusa, se encerraron y bebieron una taza de té. Se ve que el ortodoxo tomó la equivocada y allí mismo murió por la patria, con un veneno letal. El arzobispo murió de un infarto”.

Es quizá por eso, muchos años después, con la llegada de un Papa argentino, que el buen Pancho, como Albino Luciani, maneja la pobreza de la iglesia y dejó de dormir donde los cardenales ejecutaron al otro Papa que iba por lo mismo, a poner en manos de los pobres su iglesia. Un buen libro.

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