Para nosotros, la transformación debe suceder ahora. Para nosotros, no hay mañana
Luciano Concheiro

Por el calibre de los cambios que se avecinan en la víspera del segundo semestre del año en curso, es que como sociedad presenciamos a través de los medios de comunicación una sangrienta batalla, ahogada en adjetivos. La polarización partidista comienza a rayar en lo ridículo.
Sobra decir, que la coyuntura abre surco en dos aristas, una que puede saturar y otra que nos podría llevar a la ruptura. Ante dicho planteamiento, no hay consenso respecto al México del mañana, para los diversos frentes ensimismados, ambos tienen la razón, no observan la talla de la contienda.
Menciono lo anterior a partir de que se me vienen a la mente diversos tópicos, por ejemplo, la situación del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN), la migración energética, las pensiones, la efectividad fiscal, la competitividad neta del trabajo, y por último la convergencia salarial entre China y México.
En gran medida, las respuestas a dichos aconteceres obedecerá a quién sea seleccionado como Presidente de la República, así como los 128 Senadores, y los 500 Diputados de la Cámara Baja.
Parafraseando a Macario Schettino, es fácil angustiarse por la situación de México. Nunca tenemos lo que queremos, o no queremos lo que tenemos, que acaba siendo lo mismo. Ampliar la perspectiva suele ser el remedio a esta angustia, que creo, es innecesaria.
Sin embargo, es imposible saber qué ocurrirá en la elección de 2018 y por lo mismo imposible imaginar al México del futuro. La posibilidad de un retroceso hacia el nacionalismo revolucionario, ahora enderezado de golpismo chavista no es cero. Quisiera creer que tampoco es muy poco probable, pero siempre es difícil distinguir lo que se quiere de lo que puede ocurrir.
Sobre todo, cuando la ruptura ideológica hoy más que nunca es la constante que da motricidad a la ecuación partidista, el álgebra de lo cotidiano evidencia que por más extrañas y excluyentes que sean las ideologías partidistas, estas pasan a un segundo plano en búsqueda de la aceptación en el mercado de votos.
Lo anterior, a partir de que el mercado no genera información adecuada. Por ello las instituciones electorales se interesan en compensar la carencia o insuficiencia de información que es decisiva en ciertos mercados, particularmente en los menos competitivos como es el caso del electoral.
Estos esquemas ya son estudiados desde la Teoría económica: la empresas (los partidos) no proporcionan información correcta o la distorsionan para obtener mayores ganancias (votos); los consumidores individuales no pueden tener acceso a la información relevante para tomar decisiones adecuadas; las empresas (los partidos) no proporcionan información valiosa a la sociedad porque no están dispuestas a sufragar sus costos.
Y esa condición de mercado basado en esquema mercantil nos muestra que existe una ausencia de una población de individuos reflexivos capaces de urdir comunidad; más bien se observa, un gran mayoría, a clientes, espectadores y atunes atrapados en redes que no fueron diseñados por ellos mismos, sino para ellos: el amansamiento y desaparición del individuo, de la conversación entre diferentes, impide por sentido lógico que la noción de país tenga ya un sentido confiable.
Bajo ese escenario, el concepto democracia ha quedado lejos, ya que se ha erosionado a tal grado que deja de ser comprensión de la diferencia o del bien común – procuración del bienestar general- y se transforma en pretexto para continuar con la corrupción política y la anómala distribución de la riqueza (Fadanelli, 2018).
En ese mantra, hay que destacar la presencia del siglo pasado en el debate cotidiano, la visión revolucionaria generadora del Estado mexicano sigue presente, y esta muestra fuerza en la preferencia de los votantes, pese que la realidad sea otra y el rol del derecho otro.
Ese fétido contexto, me recuerda aquella frase Teresa Galeote :“Sin duda, un fantasma recorre Europa, y no por obviarlo deja de estar, este se llama fascismo”; para México sería: “La autocracia y la intolerancia recorre México, y no por olvidarlo deja de estar”. El consenso actualmente parece un eufemismo, que lacera al país.